jueves, 28 de febrero de 2019

Sonatina en Mi Mayor para violín y piano opus 80 (1915): 2. Análisis

Capítulo anterior (1): historia de la obra
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La Sonatina para violín y piano opus 80 que Sibelius escribiera a comienzos del año 1915 es, como ya hemos señalado, una obra pequeña, pero de cierta importancia dentro del catálogo del autor, no solo por ser una hermosa joya de entre las muchas que escribiera para la formación, sino por inaugurar una nueva sensibilidad en su trayectoria musical, abriendo de forma sencilla el tercer gran periodo compositivo del autor, el de "serenidad sinfónica". Y aunque esta partitura pueda parecer modesta en comparación con las obras maestras de ese periodo, las tres últimas sinfonías, mucho de ellas se adivinan ya aquí. No por casualidad hay incluso alguna conexión directa con aquellas partituras orquestales.

Si hay algo inequívoco en esta obra es su simplicidad diatónica, su armonía que, aunque veces austera, supone una declaración de amor a la tonalidad. Esto hay que entenderlo como punto de inflexión respecto a la época anterior, su "periodo oscuro", que le había llevado a excursiones hacia armonías más alejadas de la tonalidad, teniendo la Cuarta sinfonía como exponente de su quasi expresionismo.

Lejos de la devastación de aquella sinfonía, esta obra aparece como reacción a esas oscuridades, aunque aún quedan ecos del  esencialismo y sobriedad anterior. Todavía no llegamos a la plenitud de la Quinta sinfonía, mucho menos en un formato tan mínimo, pero ya se nos plantea su rotunda claridad tonal, tonalidad compartida con algún pequeño giro modal (como en la próxima sinfonía). Sus armonías son límpidas, pero no por ello necesariamente fáciles o realmente clásicas, como tampoco plenamente románticas, excepto también en algunos giros muy característicos y evocadores. 

Además esta partitura se plantea como un apéndice, un epílogo, a las tres Sonatinas para piano opus 67, obra cumbre del medio más íntimo en el catálogo del autor y uno de los ejemplos más característicos de la fase anterior. Esto se hace más visible en la segunda de ellas, con la que comparte además tonalidad. Pero lo que allí era austeridad, disonancia, elusividad, silencio, aquí se dibuja en armonías plenas y sonoridades saciadas. La polifonía antes insinuada aquí se muestra más sutil e integrada, la melodía incompleta aquí se vuelve un torrente incesante de melodía infinita.

Quizá tenga algo de "neoclásica", si no supiéramos que nunca puede aplicarse este concepto a Sibelius como presupuesto estilístico de manera estricta... Aunque sí que tiene algo de retorno a sus propios clásicos. Al evocar su propio violinismo de los años 1880s, nuestro músico está recordando sus sueños de virtuoso como también esas plácidos recitales en la intimidad, donde toca sonatas y tríos de Mozart, Haydn o Beethoven, y también música de Schubert o Mendelssohn. Hay algo de esos clásicos en la sonata, como también de aquellos propios bises románticos que componía como regalos, como souvenirs... 

Recordemos que esta es una obra personal, subjetiva, muy sentida en el fondo, a pesar de su apariencia alegre, cándida, incluso naïve. Por eso, junto con esas aspiraciones - y formas incluso - clásicas, a su vez la música da sensación de una continua improvisación, de pequeñas fantasías que recrean muy bien lo que debió ser la creatividad más espontánea del músico.

La forma es una académica disposición en tres movimientos, si bien los dos movimientos rápidos plantean sendas breves introducciones lentas. El primer tiempo se articula en la forma arquetípica de primer movimiento de sonata, mientras que el final también se ajusta a un rondó-sonata habitual. Todo ello, con ciertas libertades, pero lejos de la subjetivación de formas que se verá en la Quinta sinfonía, que se escribía también en las mismas fechas. El movimiento central quizá sea el menos "formal", y justamente el más vinculado al periodo oscuro y a la vez a recuerdos de épocas más románticas... 

Sin embargo, la Sonatina tiene fuertes lazos entre los movimientos, a pesar de sus matices distintivos y de carácter entre los movimientos. Gran parte de esa unidad, como suele suceder en las grandes obras sibelianas, se debe a motivos germinales unificadores. En el caso de esta partitura, ese papel lo desempeña una sencilla célula, un simple tetracordo ascendente (siendo además su notas centrales más breves), que entrelazará a los temas principales de los tres movimientos:



Con lo dicho, se podría adivinar que la música desborda a veces el formato para el que está escrito. No por ampulosidad o virtuosismo: el violinismo de la pieza no requiere un virtuoso, y quizá hasta un amateur lo suficientemente dedicado puede abordarla. Pero en algunos rincones, como pasa con tantas piezas para piano solo o para cámara del Sibelius maduro, no estamos demasiado alejados de conceptos orquestales. El piano casi siempre se mueve en un registro medio, y gran parte de la mano izquierda está escrita en clave de sol. El teclado es discreto, dejando protagonismo al violín, pero el acompañamiento se hace necesario como creador de atmósferas y armonías, creando texturas en ciertos momentos casi impresionistas (que sin embargo no lo son porque la tonalidad clara). Algunos pasajes del piano podrían realizarse bien con una orquesta de cuerda, y de hecho algunos pasajes se acercan mucho al singular mundo de las Humoresques, escritas para violín y cuerda (o cuerda con algunos instrumento de viento). 

Pasemos al análisis de los tres movimientos de los que se compone la Sonatina.

I. Lento – Allegro

La partitura comienza con un prólogo, indicado expresamente como Lento, que preludia parte del material del movimiento (y de la atmósfera de la Sonatina). En principio no parece más que una sucesión de terceras en torno a las triadas de las funciones principales, adornadas con notas también en terceras, en diálogo entre el violín y el piano:


(cliquea en los ejemplo para verlos a mayor tamaño)

Esta música inicial crea una atmósfera sutil y abstracta, que recuerda a alguna otra introducción sibeliana, como la de Las oceánidas opus 73 o muy especialmente la de la Quinta sinfonía (en su versión original, en la final después de la fanfarria inicial), donde unos simples trazos van extendiéndose y entrelazándose para formar el motivo principal. Y así sucede también aquí, cuando finalmente el violín entona un pequeño motivo que se corresponde con no solo el arranque de lo que será el primer tema propiamente dicho del movimiento, sino un diseño que se encontrará también en los temas principales de los otros dos movimientos, constituyendo de hecho el motivo germinal de toda la Sonatina, como hemos señalado antes (Ej. 0). 

Tras una pequeña excursión a la tonalidad de la subdominante, el Mi Mayor se asienta firmemente con los acordes del piano en tónica (una nueva textura de "cuerda") y el arranque del Allegro.

El primer tema se enuncia en el violín arropado por un ámbito alto del piano:



El tema es en sí es extenso, un torrente de notas sin fin, aunque compuesto de pequeñas unidades. La primera es una alegre figura, muy clásica, seguida de notas repetidas tan caras al violín, para acabar con una figura de puntillo que enlaza muy claramente  a través de sus saltos con la música de la introducción lenta, mostrándose así como un segundo motivo unificador del movimiento

El tema se repite y deriva a nuevas figuras, que en realidad son derivaciones de las anteriores, como la célula inicial o las notas repetidas, mientras el piano se limita a apoyar muy sutilmente el melodismo rotundo y franco del solista. 

El diatonismo es absoluto, y la llegada del tono de la dominante, Si Mayor (siguiendo la alternancia clásica también), se produce sin una modulación significativa, con toda fuerza. El acompañamiento cambia suavemente a un bajo de Alberti - aunque bien podía adaptarse también a una orquesta de cuerda, lo que profetizaría disposiciones de la Sexta sinfonía -, mientras que el violín hace escalas, alternadas con las notas repetidas, en lo que parece claramente un enlace antes de la llegada del segundo tema. Estas escalas pueden recordar a algunos pasajes virtuosos del Concierto para violín, pero llevadas a un nivel "doméstico" y mucho más modesto:




El segundo tema, más que un tema propiamente dicho es una figuración abstracta puramente violinística, apoyada a veces con una sexta melódica minorizada. El acompañamiento es rítmico, y todavía muy sencillo:



Tras apenas seis compases más uno de enlace (llamativo si tenemos en cuenta que este tema tiene una presencia importante en el discurso), llegamos una breve coda. Aunque quizá demasiado corta también para que lo denominemos como "tercer tema", sí tiene la contundencia motívica de un tema, y su aparición es clara, muy diatónica y clásica de nuevo. Tiene un cierto paralelo también, como si fuera una anécdota recordada, a la exposición tritemática del Concierto para violín:



El desarrollo se delimita con claridad académica gracias a la doble barra que inaugura un nuevo tono: el homónimo mi menor. La sección enlaza con la exposición a través del motivo del puntillo, hasta que el piano, que hasta este momento se había limitado a acompañar, aquí va a enunciar formas del arranque del tema principal, mientras el violín acompaña con dobles cuerdas o recuerda de nuevo el motivo del puntillo. 

Este acaba rememorándonos cada vez más la música de la introducción lenta, y acaba siendo el verdadero protagonista del desarrollo, un procedimiento eco de la Sinfonía inacabada de Schubert, que más de una vez encontramos en nuestro músico:



El desarrollo de este tema de la introducción trae consigo algunas modulaciones y ambigüedades armónicas, que realmente serán las únicas de este movimiento totalmente tonal. 

El Mi Mayor llega cristalino y diáfano de nuevo con una sección perfectamente delimitada, pero que en lo motívico no es más que un recuerdo al motivo del puntillo. Lo más característico sin embargo es que aquí se ve espaciado sobre un amplio arpegio de Mi Mayor del piano, creándose una atmósfera delicada. Estas texturas rememoran algunos momentos más "impresionistas" del autor, como pasajes análogos en la canción finesa "Kaiutar" opus 72 nº4:



El motivo germinal se va disolviendo entre los etéreos arpegios del acompañamiento, sumándose más tarde el violín con el mismo dibujo, hasta que finalmente se llega a la reexposición del primer tema. Al contrario que en la presentación, aquí cuerda y teclado se alternarán en sus diversas presentaciones, con nuevas formulaciones del mismo. Tanto el puente como el segundo tema siguen más de cerca la exposición, aunque este último presente una repetición variada, solo que trasladados al tono principal: ¡de nuevo siguiendo la norma clásica! Raramente el Sibelius maduro será tan "fiel" a estas normas académicas.

La coda en cambio se extenderá mucho más en el final de movimiento, de hecho es realmente extensa, para reafirmar hasta la éxtasis el tono de Mi Mayor, y en suma, proclamando la fuerza de la propia armonía tonal. De nuevo podemos trazar un paralelo con la Quinta sinfonía, en especial con sus rotundos acordes finales, aunque aquí no existan las mismas superposiciones, más bien claras tríadas. Y así, con una cadencia perfecta, termina el movimiento.

II. Andantino

Frente al normativo primer tiempo, el segundo tiempo de la obra presenta más bien un carácter y una forma más rapsódicos. Mucho de este tiempo nos remite a algunos fragmentos de las Sonatinas para piano opus 67, en especial por su discurso diluido y evanescente, aunque también podría remontarse a algunos intermedios de las últimas sonatas para piano o los cuartetos de Beethoven, trabajos tan afectos a Sibelius.

El movimiento se definiría como improvisación sobre un único tema, evocado con una indudable nostalgia romántica, incluyendo algunos pasajes más virtuosísticos, cadenzas. Toda la nostalgia de los años de joven Sibelius violinista se palpan aquí como nunca.

Este Andantino comienza con un motivo entrecortado en el piano solo, entonado en octavas:



La tonalidad inicial es ambigua por ese ámbito de tritono desde el do# al sol♮ (que nos lleva tiempo atrás, de nuevo a la Cuarta sinfonía), pero justo arrancando de ese sol encontramos la célula principal (Ej. 0) de la sonatina. Al final de ese segundo compás encontramos un acorde de dos quintas superpuestas, con lo que sería un acorde mayor (en la futura tónica de Si mayor) con una sexta mayor añadida, una sonoridad totalmente sibeliana, presente por ejemplo en Lemminkäinen y las doncellas de la isla opus 22 nº1, o de nuevo en la Quinta sinfonía, justamente con su acorde inicial

El motivo es repetido en secuencia a través de diferentes tonos, hasta encontrar el Si Mayor del movimiento. El piano crea un nuevo manto de acordes, muy semejante al del primer tiempo (y de nuevo cercano a la orquesta de cuerda: pensemos el acompañamiento del arranque del Concierto para violín opus 47). Sobre él, se impone el melódico tema de este Andantino:


Todo el tema es un desarrollo repetido de la célula germinal del global de la sonatina, de hecho casi parece una improvisación sobre ese motivo, repetido en distintos grados (eco de la introducción, aunque aquí sin modulación), y coronado por un típico tresillo sibeliano. Finalmente la melodía cuadra en una estructura de ocho compases, de nuevo muy clásica.

El tema deriva en esa nostalgia a los toques más salonísticos y al clima de un quasi-valse,  primero presentado en el piano, que alterna compases de 9 y 6/4:

El tema pasa de en registro en registro del violín, mientras el piano despliega amplios arpegios que esbozan un clima de nocturno. Ese toque romántico nos retrotrae aún más el recuerdo de las piezas de juventud cuando entre los toques de vals se entremezclan cadencias improvisatorias del violín. El clímax del movimiento llega precisamente en esta cadenza, completamente libre:


A pesar del intento de la melodía para gobernar la música, el movimiento se congela cuando en el piano llega a una repetición de la duda inicial, una repetición que no solo tiene un factor dramático, sino que parece casi ritual y mística, con su toque rúnico de mi dórico, adelantando, probablemente de manera consciente, el siguiente movimiento. 

El violín se superpone con retazos del tema (y dobles cuerdas) a esta vehemencia pesimista, pero no lo logra. La música finalmente culmina en un nostálgico si menor, modo menor que se unirá de manera natural con el arranque del Finale.

III. Lento – Allegretto

El último movimiento de la Sonatina se inicia con un tema rúnico (ritmo dactílico, notas silábicas y ámbito estrecho), en mi menor, que es armonizado por el piano como un coral. Este tema arranca de nuevo con la célula germinal de la obra (Ej. 0), y a su vez es una forma variada del tema principal del movimiento.

En el tercer compás se muestra dispuesto a modular a Do Mayor, antes de iniciar un nuevo ascenso en mi menor, hasta la cumbre climática, donde retoma el Mi Mayor principal de la obra, bajo un potente acompañamiento del piano:



Toda esta breve y magnífica introducción sirve para dar empuje al mágico tema principal del movimiento, que como anunciábamos fuera concebido primigeniamente para la Sexta sinfonía, posiblemente también para su Finale:


Los ritmos de este tema también son dactílicos, pero de figuras más breves y repetitivas, como los de una danza popular finlandesa (aunque como sabemos, Sibelius evoca antes que utilizar folclore auténtico). El diseño del tema se inicia, como es de esperar, con la célula base de la obra, y dado que este tema posiblemente fuese anterior a la composición en sí de la Sonatina, hemos de pensar que el compositor la concibió a partir precisamente de este dibujo. 

La unión de introducción y tema parece un anuncio de una relación semejante entre el tema rúnico inicial del final de la Sexta y su meteórico tema principal, y no por casualidad, porque queda clara la conexión no solo temática, si no también espiritual - a muy pequeña escala, eso sí -.

El tema (representado en el ejemplo 13 solo por sus primeros compases), se prolonga indefinidamente como un perpetuum mobile  muy sibeliano. Sus acompañamientos son figuras en ostinato alrededor de la melodía, una perfecta aura de nuevo muy orquestal, que se llega a apoderar del discurso cuando sus figuras en el teclado se convierten en las del violín también.

Como decíamos anteriormente la forma de este movimiento es la de un rondó-sonata. Pero al mismo tiempo es quizá el más personal y sibeliano de los tres tiempos, debido a su carácter más "finés" y primitivo, como por sus mayores libertades formales. El tema que se va a oponer al inicial se inicia con un forte, paradójicamente indicado como "affetuoso", una emocionante alegría plena:



El diseño es el de una melodía que en curva en el clásico Si Mayor, que se ve contestada en la cuerda grave con un diseño que llega hasta un sol# menor (sexta minorizada: una de las relaciones favoritas de Sibelius) y un acompañamiento más rítmico y telúrico. Este segundo tema también tiene su particular mini-desarrollo, disuelto también en figuras abstractas y atmosféricas (un nuevo paralelo con la Sexta sinfonía, aunque también con "Kaiutar").

Al retomar el tema principal pasamos, sin distinción clara, al brevísimo desarrollo, basado en formulaciones modulantes de dicho tema. 

Este se reexpone ya en un ámbito más agudo, expandiéndose de manera distinta en esta aparición. Tras un nuevo pasaje modulante, la música adopta otra vez diseños abstractos, hasta encontramos un nuevo pasaje de "detención del tiempo", con amplios acordes del piano que, de alguna manera, pueden evocar los cisnes del finale de la Quinta (tema ya escrito, aunque la sinfonía completa esperará a hasta casi un año después), con un bellísima armonía modulante. El pasaje podría ser perfectamente orquestal, aunque de por sí el violín y el piano logran darle un contorno majestuoso:



Tras esta secuencia le llega el turno a la reexposición (en el tono principal) del segundo tema, bastante análogo a su aparición inicial, incluyendo su expansión entre arpegios.

El tema principal hace aparición una vez más, para abarcar todo el resto del movimiento. La diferencia es que ahora se va a mostrar desdibujado en un 6/8 de notas iguales. Poco a poco, cuando el piano le acompañe nota contra nota, adquirirá el aspecto de una tarantela o de una jiga. El diseño adquiere así un toque frenético, en especial cuando se apodere de él un frenesí modulante:



Se recupera finalmente el tono principal sin abandonar el discurso y el impulso del 6/8, y como en el primer tiempo el Mi Mayor se fijará de manera clara hasta el final, ¡sin un solo cromatismo!, para proclamar una vez más la victoria de la tonalidad. Y así, con la firmeza de las triadas perfectas, termina esta pequeña obra maestra.

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Para ilustrar el análisis les proponemos la escucha de la versión de Yoshiko Arai con Eero Heinonen al piano, extraído de un disco del sello Ondine. A cada movimiento le corresponde un video distinto:


I. Lento – Allegro



II. Andantino


III. Lento – Allegretto


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Capítulo siguiente (y 3): Discografía




martes, 5 de febrero de 2019

"Hundra vägar" ("Cien caminos"), canción opus 72 nº6 sobre un poema de Runeberg (1907)

Todos los 5 de febrero se conmemora en Finlandia el Día Runeberg, aniversario del poeta nacional del país, Johan Ludvig Runeberg (1804-1877), autor de poesía lírica y de poemas patrióticos, incluyendo "Vårt land" ("Nuestra tierra") que a la sazón se convertiría en el himno de la república. La lengua de los versos de Runeberg fue la de la minoría suecoparlante, no obstante el reconocimiento a su figura y a su obra es unánime en toda la comunidad finlandesa. En su día, además de eventos culturales y educativos, se ha hecho inmensamente popular la preparación de los "pasteles Runeberg", un dulce con toques de almendra y frambuesa cuya receta se remontaría a la propia esposa del poeta.


Monumento a Runeberg en  Helsinki, en el parque Esplanadi de la capital finlandesa

Aunque fue el compositor de mediados del XIX Fredrik Pacius quien pondría música al himno nacional, y por lo tanto a sus versos más cantados, sin duda es Sibelius el autor cuyos pentagramas más han quedado unidos a los textos de Runeberg, con más de 30 composiciones. Estas en su mayoría son canciones de cámara, género que se presta a la perfección a los poemas líricos y breves del escritor, aunque también alguna cantata o coro a capella sibelianos partirían de las líneas del poeta. 

Las sången sobre textos de Runeberg se extienden a lo largo de toda la cronología sibeliana, incluyendo dos cuadernos completos, que justamente serían el primero publicado (el opus 13), y el último (el opus 90). Entre medias encontramos "Hundra vägar" ("Cien caminos"), la canción a la que vamos a dedicar la celebración runebergiana del día que hemos celebrado hoy. 

La obra fue publicada por  la pequeña editorial K. E. Holm de Helsinki en 1907, y no tenemos más referencia que esa para fechar la partitura, que hemos de imaginar que se compondría muy poco antes de la publicación. Existe una versión preliminar (conservado en un manuscrito catalogado como HUL 1148), con mínimas diferencias de métrica y de entonación, lo que denota cuando menos que dedicó esfurezos a la partitura. Años más tarde, el título aislado se reunió a otros títulos como parte de las Seis canciones opus 72, un cuaderno que es posiblemente uno de los más heterogéneos entre las colecciones con número de opus de Sibelius. Las otras canciones del grupo fueron escritas en la época de su eventual publicación por Breitkopf & Härtel, los primeros de la Guerra Mundial (1914-16). Las dos primeras fueron extraviadas precisamente por las circunstancias bélicas, y siguen desaparecidos a día de hoy. Dos de los poemas restantes son singulares en cuanto a la lengua, una en alemán, y la otra una de las pocas canciones escritas en finés, y en justicia una de las más célebres del autor, "Kaiutar". Las dos restantes (las números 3 y la 6) son musicalizaciones dos poemas muy distintos de Runeberg, incluyendo la pieza final del cuaderno, como decíamos compuesta en realidad unos años atrás.

Aparte de las circunstancias de su origen y publicación, "Hundra vägar" es una rareza en muchos sentidos. Escrita el año de la Tercera sinfonía o de la visita de Mahler a Helsinki, parece una pieza intemporal en su catálogo, que podría haber sido escrita en cualquier momento de su carrera. Sin ser una de sus mejores composiciones, aun en el género, su singularidad nos invita a dedicarla unas líneas. 

Los versos de Runeberg son una evocación religiosa, lo cual ya nos debe llamar la atención. Jean Sibelius no fue nada insensible a la fe (como podemos comprobar en diversas acotaciones de su diario), pero dedicaría escasas composiciones relacionables con creencias personales. Pero si es completamente evidente que los poemas del escritor finlandés enlazan tan bien en general con el corazón sibeliano, la forma que tiene el poeta de encontrar a Dios en la naturaleza y en toda la creación en estos versos ha conseguido enlazar de la manera más íntima y personal con la sensibilidad del propio músico. Ya hemos discutido en alguna ocasión cómo las manifestaciones de Sibelius sobre sus creencias le han relacionado en la literatura musicológica en más de una ocasión con el panteísmo, aunque más que ver en Sibelius un panteísta filosófica o religiosamente, habría que de concluir que su panteísmo pertenece más a su expresión sentimental: Sibelius encuentra a Dios en la naturaleza, pero no por ello Creador y Creación se identifican en su sistema de ideas. Tal sensación se traslada incluso a su música. Por ello no es de extrañar que el músico encontrara en estos versos una identificación plena de su yo más interior. 

     Hundra vägar

     Store Skapare, förlåt det,
     se ej, gode Gud, med vrede
     att så ofta i ditt tempel
     jag på honom även tänker!
     Hundra vägar har min tanke,
     tusen att till honom hinna.
     Blott det sämsta leder bortåt,
     allt det bättre för till honom.
     Kort från dagens ljus är vägen,
     gen från nattens stjärneskara,
     varje blomma stakar stigen,
     varje träd är vägamärke.
     Men när dig min tanke hunnit,
     är den nästan ren hos honom.
     
          Publicado en "Lyriska dikter" (1870):  II.  Ett litet öde nº6
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     Cien caminos

     Grandioso Creador, ¡perdóname!,
     no me veas, buen Dios, con ira,
     porque,  tan a menudo, en tu templo,
     ¡yo en ti también pienso!
     Cien caminos son mis pensamientos,
     miles para alcanzarte.
     Solamente los peores alejan,
     todos los mejores me llevan hacia ti.
     Desde la luz del día corto es el camino,
     viniendo de los cúmulos de estrellas de la noche,
     cada flor enmarca la senda,
     cada árbol es la marca del camino.
     Pero cuando mi pensamiento te alcanza,
     está de forma pura junto a ti.

Lo más singular de la canción es la concepción musical misma con la que parte el compositor a la hora de abordar el texto: aunque cabría esperar un tono grave, escolástico o sacro incluso, hay en la obra una sorprendente decisión: la canción evoca de manera bastante directa el folclore finés más ancestral y atávico, haciendo uso de una prosodia al estilo de la canción kalevaliana de la tradición inmemorial. En realidad la mayor parte de las frases vocales están basadas en fórmulas de una misma frase kalevaliana, que va cambiado a la manera de microvariaciones - o variantes quasi improvisadas de una misma frase más bien - lo que también nos remite con rotundidad a la música tradicional. 

Hay trazos también del mundo del coral luterano en "Hundra vägar" (emparentándola con alguna de las Cinco canciones de Navidad opus 1, que fusionan el canto popular con el de la tradición religiosa), pero el kalevalianismo de la misma (desde el propio inicio: un compás quinario, con doble nota larga y repetida al final de la frase), es rotundo. Como nos recuerda Andrew Barnett, no es la primera vez que Sibelius entona una canción sueca de tema sentimental en principio ajeno con fórmulas kalevanianas, y lo que es más, tampoco es la primera vez que lo hace con unos versos de Runeberg. Fue durante su estancia de estudios en Viena, exactamente en enero de 1891, cuando compuso "Drömmen" ("Sueños") opus 13 nº5, en la que aplica una melodía kalevaliana pura - aunque acomodada en 3/2, eso sí - a una poesía plenamente romántica y ajena al mundo pagano finés. Pero en aquella ocasión la extraña superposición de elementos se entendía como un estudio, un experimento, en la era en que el joven aspirante a músico nacional buscaba su propio estilo, estudiaba los versos del Kalevala y sentía además añoranza del país de los lagos desde la lejanía.

Pero en la presente sång no existen esos componentes de la canción vienesa, ni siquiera Sibelius vive en la misma intensidad kalevaliana o folclorista de aquella época. ¿Por qué entonces decide entonar con el acento primigenio de sus antepasados la reflexión religiosa de Runeberg? La posible respuesta se hallaría en lo anteriormente comentado, el "panteísmo" simbólico con el que el músico se muestra ante Dios. Sibelius encuentra a Dios en su creación, en la esencia misma del universo, en el corazón de la tierra y sus seres. ¿Y qué música se une más a la misma tierra, que música está unida a ella de manera atávica, sino el folclore? Y el justo folclore en su forma más primitiva, arcaica, primordial, lo que para un finlandés del 1900 por supuesto es la canción kalevaliana, primitiva, prehistórica, mitológica...

Para ahondar hacia esa conexión panteística y natural Sibelius no duda en otorgar algunos  toques descriptivos a su música, a pesar de la brevedad de la misma (poco más de dos minutos, y tres páginas de partitura, sin repeticiones), lo que la hace un verdadero prodigio de concentración expresiva. Aunque no estamos, como decíamos, ante una de las grandes sången de su autor, desde luego sus características inusuales y su altura expresiva la hacen merecedoras de un mínimo análisis.

El planteamiento inicial mismo de la canción es minimalista: etema kalevaliano (notas de valores iguales, un ámbito mínimo, menor de un pentacordo, doble nota larga repetida  como final), combinado con un simple apoyo acórdico (de coral podríamos decir), culminado por un acorde desplegado, evocador quizá del kántele:


(cliquea en la imagen para agrandar la vista)

Ese toque ancestral es repetido con exactitud antes de fluir a distintas transformaciones mínimas de las mismas fórmulas, fluyendo además con libertad rítmica entre distintos compases, hasta llegar al 3/2 que domina el centro de la composición. El tono es mi menor, pero la pureza y la armonía tienden a situarse en el terreno de la modalidad más desnuda. 

En el quinto compás (que por la lentitud del tempo y los valores largos en realidad tarda en llegar más de lo que podría adivinarse), el ámbito se amplía, aunque de nuevo la armonía vacila constantemente entre mayor y menor (sin cambios de escala), hasta que, a través de un pasaje dórico, el discurso nos conduce a una pequeña excursión al si menor. Termina así la primera sección de la canción, que se corresponde con los versos más abstractos y filosóficos del poema. Las últimas palabras acaban en una chocante disonancia, que se resuelve en el momento más intenso de la pieza:
La descripción de la luz del día y las estrellas, llegan con una proclama en el registro agudo de la voz, acompañada por unos acordes plenos, en lo que es un clímax típicamente sibeliano en la tonalidad inicial, en un rotundo modo menor ahora. 

Tras una repetición un tono por debajo, el piano describe de la manera más simple los caminos que conduce a la divinidad a través de las 
flores y árboles, del alma de la naturaleza:


El acompañamiento, compuesto de etéreos arpegios de tresillos, apoya una melodía de intervalos más amplios que todos lo anterior. Estos son presentados además en un mágico modo lidio, uno de los tonos principales, de "Kaiutar" opus 72 nº4, canción que dista unos años (y muchas experiencias vitales y musicales), pero que acompañará a la presente en el mismo cuaderno, y aquí comprobamos que quizá no por casualidad.

Al retornar con los dos últimos versos la proclama de que, de cien maneras, el pensamiento del poeta está junto al Creador, retorna también la melodía kalevaliana inicial, terminando esta vez en un diáfano Sol Mayor.

Discografía

La modestia de esta pequeña/gran canción no ha motivado una atención discográfica particular, por lo que tenemos que buscarla entre las colecciones completas del género.




Monica Groop, mezzosoprano

Love Dervinger, piano
- BIS (1994) - también en la Sibelius Edition vol . 7

La cálida y grave, pero muy musical voz de Groop nos ofrece una magnífica lectura de la canción, entonada con humildad confesional que deriva muy sutil y naturalmente en la emoción del clímax central, resaltada con gran eficacia también por el acompañamiento de Dervinger, que pinta muy brillantemente luz, estrellas, flores y árboles. Sin duda una muy buena versión.


Interpretación: 7,5   • Estilo: 8   • Sonido: 7,5




Elisabeth Söderström, soprano
Vladimir Ashkenazy, piano
DECCA (1978-81)

Dentro de la (quasi) integral que nos legó por primera vez el sello Decca y el interés sibeliano de Ashkenazy, la añorada soprano sueca nos ofrece un tono algo místico y etéreo, hierático, frío incluso, aunque sabe resaltar de manera dramática (como buena operista) el gran clímax de la breve canción. 


Interpretación: 6,5   • Estilo: 6,5   • Sonido: 7



Versión del manuscrito original HUL 1148
Helena Juntunen, soprano
Folke Gräsbeck, piano
- BIS (2008)

Juntunen y Gräsbeck nos ofrecen aquí la versión preliminar de la canción, la original, realizada antes de que Sibelius enviara una segunda copia al editor con mínimos cambios. Aparte de esas mínimas diferencias (que solo serán detectadas con la partitura delante, o quizá la memoria que reconozca cada nota de ambas versiones), la grabación nos trae la inocencia y tristeza de la voz de Juntunen, que rasga su canto en el clímax - flaqueando a veces el fiato -, y modula continuamente su melodía para adaptarse al texto, como Gräsbeck, atentísimo a cada pasaje del piano. No siendo la "versión oficial", sin embargo también es una buena lectura de la canción.

Interpretación: 7,5   • Estilo: 8,5   • Sonido: 8


Además, podemos citar también una antigua grabación de Ondine, debida a soprano Ritva Auvinen, acompañada por Gustav Djupsjöbacka, discreta pero adecuada, dentro de amplia colección de canciones del compositor, y que podemos escuchar en Spotify

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Como ilustración de la canción, les podemos invitar al siguiente video con el registro de Söderström y Ashkenazy de la canción de Sibelius:



Alternativamente, pueden escuchar también la superior versión de Groop y Dervinger en Spotify: 
https://open.spotify.com/album/701wOo5xEAPpj4EwF91184