El estreno en Finlandia de la versión revisada tuvo que esperar hasta el 12 de marzo de 1906 y a la batuta de Robert Kajanus. El solista fue un músico letón apellidado Grevesmühl. Las críticas fueron dispares, lo que sin duda alejó la partitura del ánimo de nuestro compositor. A finales de 1907 Sibelius efectuó un rápido viaje a Moscú - donde políticamente se le apreciaba poco pero donde su música encontró un gran reconocimiento - en el que concibió una interpretación del Concierto, pero no encontró un solista adecuado. Lo cierto es que en esos primeros años la obra apenas conoció ejecuciones. En marzo de 1911 Gustav Mahler, a la sazón director de la Filarmónica de Nueva York, que había tenido un breve pero muy cordial e intelectualmente estimulante encuentro con Sibelius 4 años antes, planeó el estreno americano de la pieza. Pero ya estaba muy enfermo - moriría dos meses después - y tuvo que abandonar el proyecto. Desde luego el concierto parece estar maldito... Justamente antes de su exitoso periplo americano de 1914, nuestro autor visitó Berlín en un viaje muy estimulante artísticamente. Allí Alfred Wittenberg y la Filarmónica dirigida por Carl Panzner tocaron nuevamente la obra, pero Sibelius no pudo asistir. Sin embargo, hubo un testimonio indirecto, que relata en su diario: "según Palmgren [Selim Palmgren (1878-1951), importante pianista y compositor finlandés] fue extraordinariamente bien. Pero parecía tan poco sincero que temo que lo contrario sea lo verdadero". Durante la segunda década del siglo Sibelius escribió numerosas piezas para violín, tanto con acompañamiento orquestal como piezas (en general menores) con piano. Las obras orquestales son realmente extraordinarias, e incluyen las Dos serenatas opus 69 (1911 y 1912), y las Seis humoresques opus 87 y 89 (1917-18). El carácter de estas piezas es modesto en lo técnico, muy personales en lo musical, con una fuerte impronta modal. A finales de esa década planificó además un nuevo concierto para ciolín, un "Concerto lirico" que no llevó acabo (aunque parte de sus esbozos acabaron en la Sexta Sinfonía). Sin duda el amor por el violín seguía estando presente, y bastante alejado del virtuosismo: ¿estaba escarmentado por el carácter casi imposible entonces del Concierto? Sorprendentemente el propio autor no dirigió la partitura hasta 1924, en el concierto de Estocolmo donde estrenaría su propia Séptima Sinfonía (entonces bajo el título de "Fantasia sinfonica"). El nombre del solista fue Julius Ruthström, capaz pero no nada más. El concierto en general, que también incluía la Primera Sinfonía, no fue un éxito absoluto, aunque provocó la admiración de los dos grandes sibelianos de la ciudad sueca, Armas Järnefelt - cuñado de Sibelius, director y compositor - y Wilhelm Stenhammar, el gran autor musical de Suecia. En 1928, el 9 de marzo escucha al destinatario final de la obra, Ferenc von Vecsey, interpretar la obra, pero de nuevo la crítica no es unánime sobre la propia composición. Cuando en 1936 Karl Ekman publica su testimonio-biografía, el concierto no ocupa un lugar destacado, apenas un párrafo donde la conclusión es que "1905, cuando apareció en la forma en la que atrae a día de hoy a violinistas con pretensiones técnicas y al tiempo artísticas". Es decir: nada del otro mundo aparte de su virtuosismo. Ciertamente que había pasado desapercibido, nada parecía augurarle más que el puesto de una obra menor en el catálogo de su autor. Pero ya para entonces comenzaba a comercializarse la grabación que Jascha Heifetz, uno de los mejores violinistas del siglo XX (si no el mejor) y Thomas Beecham, para entonces ya un experto director sibeliano, dirigiendo la Filarmónica de Londres, había grabado para Emi el año anterior. Desde luego el mundo había cambiado mucho desde que la obra fue finalizada 30 años antes, y la tecnología habría un nuevo campo para la difusión musical. La interpretación era sin duda extraordinaria, apasionada y sentenciadora, y apareció en un momento en que las malas circunstancias del mundo civilizado parecían invitar a un nuevo romanticismo de evasión...
El disco de Heifetz y Beecham se convirtió en un éxito extraordinario de ventas, y la obra se escuchó por primera vez en todo el mundo y ganó una gran popularidad (aunque el respeto no pudo ganárselo hasta que se sofocaron los ecos de la retórica adorniana). Los virtuosos del violín descubrieron que la obra merecía la pena, y orquestas de todo el mundo programaron la pieza. Los avances en la enseñanza musical permitieron a los violinistas más oportunidades para abordar la partitura, y sin duda eran muchos más los músicos que a partir de la mitad del siglo XX podían afrontar sus difíciles pasajes. Es entonces cuando la obra se asienta en el repertorio, y de manera absoluta, ocupando un lugar de honor al lado de los conciertos de Mozart, Beethoven, Mendelssohn, Brahms, Bruch y Chaikovsky. No habrá virtuoso de rigor que no toque la pieza: Perlman, Mutter, Ferras, Oistrakh, Stern, Kremer, Shaham, Chang, Neveu, Accardo, Hahn, Mullova, Bell... por apuntar sólo los más destacados. En el próximo post, con el que cerraremos nuestra serie sobre el Concierto, hablaremos precisamente de la discografía. No haremos un repaso exhaustivo por una lista inmensa, sino que comentaremos las grabaciones a nuestro juicio más destacadas. Entre ellas estarán entre los primeros lugares dos que no son precisamente resultado de la labor de grandes virtuosos. Ya descubrirán por qué.
Capítulo 1:historia de la obra
Capítulo 2: I. Allegro moderato
Capítulo 3: II. Adagio di molto
Capítulo 4: III. Allegro, ma non tanto
Capítulo 5: La versión original
Capítulo 7: discografía (versiones recomendadas)
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