jueves, 6 de junio de 2013

Biografía (32): el triunfo del océano, la guerra, y la nueva sinfonía (1914)

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Tras la llegada del nuevo año de 1914, Jean Sibelius embarca una vez más hacia Berlín. La capital alemana siempre supone una oportunidad sin igual para resolver infinidad de inquietudes profesionales y personales. Pero sin apartarse del trabajo: a pesar de que el trabajo en "Scaramouche" le deja exhausto, aprovecha esos días para arreglar tres fragmentos de la obra para piano y sobre todo para seguir avanzando en el poema sinfónico para Norteamérica. 

Las experiencias principales en aquella visita se centran en los conciertos y recitales a los que pudo asistir nuestro compositor. En general era de esperar un repertorio formidable, aunque por una cuestión de puro azar los programas de aquellos días consistieron fundamentalmente en trabajos de compositores casi olvidados - como Zöllner, Scharrer, Ziell, Lendvai, Ambrosio, etc. -, cuya escasa calidad provocaron comentarios ácidos en su diario, incluyendo los que mencionan influencias de sus propio estilo. Pero también pudo asistir a obras maestras que le calaron muy hondo, como la Quinta sinfonía de Bruckner dirigida por Arthur Nikisch, que llevó "a las lágrimas" a nuestro autor, o la Quinta de Mahler. 

La Primera sinfonía de cámara opus 28 de Schönberg le provoca sentimientos encontrados: "es por supuesto posible ver las cosas de este modo. Pero es horrible de escuchar. Un resultado alcanzado por esfuerzo mental. La gente silbó y gritó. Ni para mentes débiles ni para compositores así llamados talentosos. Deberían estar seguros de su mal uso. Hay algo grande detrás de ella. Pero no será Schönberg quien lo logre". A la prensa de Nueva York declarará poco después su admiración por el autor alemán. Y en efecto, aunque Sibelius nunca tomará el camino de la atonalidad y de su sistema constructivista, sacará algunas lecciones valiosas de las obras de la vanguardia berlinesa como aquella: la forma en un sólo tiempo que contiene secciones que podrían ser, de estar aisladas, diferentes movimientos, lo que unido a los frutos de su propia evolución, Sibelius recogerá en su Quinta y, sobre todo, una década después en su Séptima sinfonía

Aunque era raro que nuestro autor acudiera a recitales de piano, en Berlín pudo escuchar al pianista Rudolf Ganz con un programa que incluía L'ile joyeuse y La fille aux cheveux de lin de Debussy, piezas que parece que le sedujeron en aquel momento, como se demuestra en una pieza de piano que el propio Sibelius escribió en esos días, Égloga, que junto a otras tres escritas en primavera se reunirían en su opus 74. Y algo de influencia del músico francés se puede detectar en Las oceánidas, no en vano uno de sus trabajos mejor definible como "impresionista". 

También asistió a una interpretación de su amigo Busoni, y visitó a Adolf Paul, que no atravesaba por un buen momento, y con el que finalmente cancelaría la idea de su ópera conjunta, "Blauer Dunst".

De vuelta a Finlandia en febrero nuestro compositor se dedicó a las señaladas piezas para piano, que enviaría pronto a Breitkopf, junto con dos canciones: "Vi ses igen" ("Despedida") y "Orions bälte" ("El cinturón de Orión"). Los manuscritos de estas canciones (catalogadas por el autor como opus 72 números 1 y 2) se perdieron durante la Guerra Mundial, y a día de hoy no se ha vuelto a encontrar copia. Una desgraciada pérdida. 

Su atención principal sin embargo residía en el encargo para el Festival de Norfolk, que inicialmente tituló en alemán (con el término formal en francés) "Rondeau der Wellen" ("Rondó de las olas"), pero que finalmente denominó Las oceánidas. A finales de marzo terminó la composición, una pieza en Re bemol Mayor en un sólo movimiento, y pocos días después envió la partitura y las partes a EE.UU., recibiendo entonces la invitación oficial para dirigirla él mismo en junio. Pero no sería realmente la obra publicada, sino una versión inicial, conocida como "de Yale", revisada en profundidad desde apenas unos días después de su envío hasta llegar a la partitura que hoy en día conocemos como uno de sus más grandes trabajos orquestales

La versión de Yale está muy conectada con los Fragmentos de una suite para orquesta, pero la versión final es virtualmente una recomposición original, cambiando el orden de los temas principales, desechando algunos motivos y creando otros nuevos, cambiando de tono a Re Mayor, y expandiendo muchos compases la partitura, aumentando su coherencia interna y el refinamiento de su orquestación, produciendo en fin un trabajo mucho más luminoso y optimista. 

Sibelius recibía buenas noticias como para justificar la luz de su nueva obra maestra: la Universidad de Helsinki le concedía un doctorado honorario en filosofía (lo recogería en su nombre Aino, porque la ceremonia se celebraría durante su periplo americano). Mientras, nada menos que la Universidad de Yale le concedería un título similar, según le comunicó Horatio Parker ya en EE.UU. Al mismo tiempo en que recibía su justo reconocimiento, a nuestro músico le agobiaban enormemente las deudas, teniendo que acometer trabajos como una nueva versión de "Har du mod?" opus 31 nº2, mientras que se volcaba frenéticamente en la conclusión de Las oceánidas

El 19 de mayo nuestro compositor embarcaba en el Kaiser Wilhelm II, con la partitura prácticamente concluida. La obra le creaba una gran satisfacción personal "pienso que me he encontrado a mí mismo, y más allá. La Cuarta sinfonía fue el comienzo. Pero en esta pieza hay mucho más. Hay pasajes que me vuelven loco. Qué poesía". 


El Kaiser Wilhelm II, fotografía anterior a 1914

Atravesar el vasto océano le provoca una profunda emoción: "el tiempo fue bueno y hermoso durante todo el viaje, excepto por un día de tormenta y truenos. Vi muchas gloriosas noches en el Atlántico. En particular recuerdo una puesta de sol que fue una de las más encantadoras que jamás haya visto. Yo nunca había visto tan alto cielo arqueándose sobre el mar del color casi del vino, nubes violetas y azules, una maravillosa combinación de color". 

A su llegada a Nueva York el 27 de mayo percibe una hospitalidad y una admiración que no esperaba encontrar, mucho menos fuera de su patria. Jean Sibelius era en aquellos momentos uno de los compositores vivos más estimados de la cultura musical americana, conocido incluso por los periodistas, que lo esperaron ansiosos en su desembarco en los Estados Unidos. 

Carl Stoeckel lo llevó a los mejores restaurantes y recorrió aquellas calles de los primeros rascacielos. En su visita a la delegación local de Breitkopf & Härtel vio sus partituras entre las de los más grandes compositores del expositor, un honor que no había contemplado en Berlín, sus sede principal. En el Carnegie Hall pudo ensayar con la orquesta con la que tocaría en el festival, y de nuevo con la presencia entusiasta de la prensa, ávida de recoger cada rasgo de la personalidad del maestro, como su empleo del violín antes que el piano para explicar pasajes de su música. Tras el ensayo prosiguió dando retoques a la partitura de Las oceánidas

Y en Norfolk Stoeckel lo acoge en su propia mansión con gran hospitalidad. Una estancia que recordaría el resto de su vida. Nuestro músico resaltó a su mujer los orígenes europeos del anfitrión y de su esposa, la antigüedad de la casa (de 1798), los mágicos bosques que la rodeaban, el ambiente multicultural y multiétnico de la localidad, el amor por la música (Stoeckel fue el primer profesor y el primer doctor en música de Yale), y hasta los cigarros que tuvo amablemente que rechazar... Por supuesto estaba totalmente encantado por su viaje al Nuevo Mundo.

Durante la visita su único concierto sería el del festival. Norfolk era llamado "el Bayreuth de América", aunque lejos de estar consagrado a un sólo autor, la pequeña localidad acogía a compositores y obras de todo el mundo, nacionalidades y épocas, aunque gran parte de su atractivo eran estrenos mundiales de gran nivel, incluyendo obras de Dvořák, Saint-Saëns, Bruch, Boito... La sociedad de Norfolk no daba mucha publicidad de los eventos, "para honrar al compositor y a sus obras" de una manera más personal, según apuntaba el propio Sibelius. La orquesta estaba formada a partir de músicos de las orquestas neoyorquinas, junto a algunos músicos de la Sinfónica de Boston: "la mejor orquesta que jamás haya dirigido. ¡Simplemente gloriosa! Acordes tales de los instrumentos de madera que tendrías que poner la mano en el oído para escuchar su pianissimo incluso si el corno inglés y el clarinete bajo están allí. E incluso los contrabajos cantaban".

El festival duró cuatro días, del 2 al 5 de junio. El segundo día fue dedicado a una monumental interpretación de "El mesías" de Handel, mientras que el último cerraba el evento con estrenos de los autores patrios. 

El 4 de junio el concierto estuvo protagonizado por nuestro autor, que dirigió en la primera parte sus obras: La hija de Pohjola, movimientos de la Suite de "Rey Cristian II" opus 27, El cisne de Tuonela, el Valse triste, Finlandia opus 26 y finalmente el estreno mundial de Las oceánidas opus 73. En la segunda parte se pudo oír música entre otros de Wagner y la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvořák.

"Había una gran atmósfera festiva en todo momento cuando entré, la audiencia se levantó y  la orquesta se unió con una atronadora fanfarria. Noté con emoción que el pupitre del director estaba decorado con los colores finlandeses y americanos. La audiencia consistía en cerca de doscientos miembros por invitación, una audiencia de clase alta, representativa de lo mejor que América poseía entre los amantes de la música, músicos formados y críticos. La disposición más inspiradora para la aparición de un artista. El concierto concluyó con el himno nacional finlandés, "Vårt Land", cantado en inglés por el enorme coro y el acompañamiento de la orquesta, y con el himno nacional americano".

El aplauso fue inmenso, y el público estaba próximo al éxtasis. Uno de los más grandes éxitos vividos por Jean Sibelius en su carrera. El entusiasta Olin Downes por supuesto estaba allí, y en su crítica afirmó que Las oceánidas eran "la más hermosa evocación del mar que jamás haya sido producida en música".

Durante la semana siguiente pudo disfrutar de varias excursiones, en las que llegó a montarse en uno de aquellos primeros automóviles que ya estaban haciendo famosa a América. Realizó un viaje a Boston donde compartió mesa con los compositores George Chadwick, Henry Hadley y Charles Loeffler, las grandes figuras del panorama culto estadounidense en el momento. A su vuelta a Norfolk le esperó un gran banquete en su honor que contó con el ex-presidente de la nación William Howard Taft (que había dejado el cargo el año anterior), profesor de derecho de Yale, interesado vivamente por la situación finlandesa, que parecía conocer bastante bien.

Más tarde nuestro autor viajaría a Rochester, Buffalo y Niágara (nombre éste último sobre el que señaló que él pronunciaba a la manera del nombre original nativo, no como los anglosajones). En los celebérrimos saltos de agua viviría aún una intensa experiencia de comunión con la naturaleza, conmovido profundamente por la contemplación de su belleza, hasta el punto de pensar plasmarla en forma musical. Pero finalmente dijo: "he abandonado la idea. Es demasiado solemne y demasiado vasto para ser representado por cualquier individuo humano". Su elevado concepto del espíritu de la naturaleza le hizo luchar hasta  conseguir en la tienda de fotografías alguna en la que no hubiera edificios ni personas. 
Retrato de Jean Sibelius como Doctor Honoris Causa de la Universidad de Yale

Tras Niágara, llegó el turno de la Universidad de Yale: "la ceremonia estaba marcada por el imponente ceremonial antiguo. Durante todo el acto mi música fue interpretada. Cerca de 3000 personas estuvieron presentes. Cuando se pusieron los birretes, 22 individuos entraron en procesión, tocando la orquesta Finlandia". El encargado del discurso alabó las cualidades musicales de sus partituras, y su carácter nacional: "lo que Wagner hizo por la antiguas leyendas germánicas, el doctor Sibelius lo ha hecho a su propia y magnífica manera por los mitos finlandeses en la epopeya nacional de Finlandia. Ha trasladado el Kalevala al internacional lenguaje de la música".

 "Tengo una reputación enorme aquí en América" - escribía a su hermano Cristian - ,  "y creo que el tour propuesto (y aún secreto) de entre cuarenta y cincuenta conciertos debería ser un gran éxito. Podría liquidar mis propias deudas, aparte de las tuyas". Por desgracia, el estallido del conflicto mundial en ese mismo verano hizo imposible tales planes.

Sibelius retorna a Europa en el President Grant, con el plan de cumplir con otro compromiso en Malmö (Suecia), donde dirigiría sus obras en el marco de la Exposición Báltica. Desembarca el 2 de julio en Copenhague, donde se encontraría con Aino y su hija Ruth. Pero inesperadamente el concierto se debe cancelar. ¿La causa? Posiblemente  motivos políticos: no molestar a la sección rusa en la situación en la que se estaba sumiendo Europa. Los organizadores suecos querían vincular inicialmente la música de nuestro autor a Rusia, pero previendo protestas del resto de los participantes, que en general simpatizaban con el nacionalismo finlandés, decidieron finalmente suspender el evento. No obstante el director ruso Vassily Safonov ya había tenido a bien incorporar algunas piezas breves de nuestro autor en su concierto del 25 de junio. 

Y es que la situación política no podía ser más tensa en toda Europa. Sibelius estaba aún a bordo cuando escuchó la noticia del asesinato del Archiduque Francisco José el 28 de junio, el punto de partida a una espiral que desataría la Gran Guerra, la considerada Primera Guerra Mundial. El Imperio Austro-Húngaro plantó batalla a Serbia, el Imperio Ruso reaccionó, el Imperio Alemán declaró la guerra a Rusia, los alemanes invadieron Bélgica, con lo que Francia y Reino Unido entraron finalmente en el conflicto, que la mayoría creó que se resolvería en unas semanas...

Inicialmente tampoco nuestro músico tampoco creyó que la guerra llegaría a afectar tan profundamente su vida como de hecho le afectó. Mientras la contienda se enquistaba y  alargaba en las trincheras, se hacía obvio que su propia situación se vería comprometida por el antagonismo de las naciones. Finlandia era parte del Imperio Ruso, aunque dentro de su autonomía no entraría oficialmente en la guerra. Sin embargo la mayor parte de sus editores eran alemanes, y a medida que la guerra avanzó, no sólo no pudo enviar nuevos trabajos sino que además dejó de percibir sus "royalties" por las interpretaciones de sus obras, ya que Finlandia no estaba inscrita en la Convención de Berna, que solventaba esas dificultades aun en tiempos bélicos.

Mientras leía las opiniones extraordinariamente favorables que había encontrado en los periódicos americanos por su visita, a nuestro músico se la hacía muy cuesta arriba publicar, y por ello recurrió principalmente a los editores locales. Aunque también cerró tratos con editores ingleses, y con el danés Wilhelm Hansen, conectado con Breitkopf, a través del cual le llegaron finalmente los derechos de la firma alemana. Pero debido a sus propias penurias económicas y la falta de demanda, estos editores no pedían más que partituras de pequeño formato. Por ello gran parte de las obras que escribiera Sibelius durante los años de la guerra fueron destinadas al piano, al violín y piano, o a la voz con piano, mientras que, con la excepción de la Quinta sinfonía, un trabajo para el teatro y diversas piezas breves para violín y orquesta, no produjo grandes obras orquestales, que desde luego hubieran sido el principal objeto de su deseo.

Obras no demasiado ambiciosas que le permitían, según diría a sus hijas llevar "la mantequilla y el pan" a su mesa todas las mañanas. "Ahora tendré cincuenta. Qué miserable es tener que componer miniaturas" anotaba en agosto en su diario, cuando apenas plasmaba las primeras de esta serie de piezas. Sería no obstante un error calificar a estas partituras como una labor puramente industrial o comercial. Además de su indudable buena factura, nuestro autor puso en ellas buena parte de su alma. "Sé que tendrán algún futuro, aunque hoy en día estén casi enteramente olvidadas", confesaba a su secretaria Santeri Levas en su vejez. 

Pero aparte de los géneros mencionados, nuestro autor pudo cultivar otros distintos, como el de la música coral: el 26 de agosto respondió al interés del coro masculino Muntra Musikanter por nuevas piezas con "Herr Lager och Skön fager" ("El señor Lager y la Hermosa") opus 84 nº1, a la que seguirían otras piezas durante los años de guerra, todas ellas con un trabajado nivel contrapuntístico. Poco después concibió varios proyectos de coros con orquesta para el conjunto, pero no pasaron de esbozos, alguno de ellos curiosamente relacionados con la Quinta sinfonía.

Durante el otoño escribió Cinco piezas para piano opus 75 - desecharía una sexta y revisaría la quinta años después - que llevará el sobre título de "Los árboles" por estar dedicada cada una de ellas a un ejemplar botánico distinto. Son una buena muestra del corpus pianístico de estos años, vacilando entre la ligereza salonística y extraños toques de auténtica profundidad, anhelantes en ocasiones de la orquesta y de sentimientos lejanos al blanco y negro del teclado. 

"Estoy todavía atascado, pero ya he capturado una mirada de la montaña que debo seguramente escalar... Dios abre su puerta por un momento, y su orquesta está tocando la Quinta sinfonía", relataba en septiembre a Carpelan. Nuestro autor no sólo está dando vueltas a las primeras melodías y armonías de la Quinta, sino que está concibiendo otra sinfonía más al mismo tiempo. Lo cierto es que en los años siguientes las ideas de lo que será la Quinta, la Sexta (denominada a final de este año como "Fantasía I") y hasta su Séptima sinfonías se mezclan, superponen y llegar a pasar de una a otra. En aquel otoño anota los primeros esbozos de su nuevo monumento sinfónico, todavía entre grandes dudas y planteamientos que no cuajaron: lo que efectivamente sería el scherzo o reexposición del primer tiempo, junto con un Adagio central que no fructificó (aunque de alguna manera se trasladó al tiempo final), y un boceto que titula "Procesión báquica" para el final. 

En octubre decidía finalmente desechar la idea de componer óperas, en concreto el proyecto de trasladar la exitosa novela "Juha" de su amigo Juhani Aho; como también "Los rituales de la muerte del oso", un proyecto de ballet también con argumento de Aho, basado a su vez en el Kalevala. También apartó la idea de escribir una obra para coro y orquesta para Muntra Musikanter titulada "Rey Fjalar". "No quiero convertirme sólo en un 'vielschreiber' ('escritor prolífico', en alemán en el original). Eso podría dañar mi reputación y mi trabajo. Me hecho un nombre en el mundo en términos sencillos. Debo continuar de la misma manera". 

La guerra restringió mucho la vida cultural de Helsinki, pero no acabó con ella. Sibelius pudo asistir a algunos conciertos, incluyendo un programa centrado en el joven compositor Aarre Merikanto (hijo de Oscar Merikanto, un viejo amigo de nuestro autor) que llamó su atención, pronosticándole un gran futuro. Por aquel entonces las obras de Merikanto estaban muy vinculadas a la estela sibeliana, pero muy pronto marcaría su propio camino hacia un concepto más vanguardista, siendo considerado uno de los más sobresalientes compositores de la joven generación. Su consagración se produciría por su ópera "Juha", precisamente el libreto que rechazara Sibelius en esa época. Nunca descartó nuestro maestro de todas formas escribir una obra de teatro musical: una representación de "Carmen" en aquellos días le provocaría una renovada pasión por el género, y llegó a anotar algunos esbozos musicales con la indicación "para la ópera".


Aarre Merikanto (1893-1958), fotografía de 1930

Tras las polémicas con las orquestas de Kajanus y Schnéevoigt aquel año se pactó la creación de una sociedad conjunta y la formación, la moderna Orquesta Filarmónica de Helsinki, con los dos directores compartiendo el pódium. Pero con el estallido de la contienda mundial, la mayor parte de los músicos (que eran de hecho gran parte de la orquesta) la abandonaron, dejando al conjunto en cerca de 40 profesores. 

Mientras, proseguía el trabajo en las miniaturas pianísticas, reunidas en distintas colecciones (si los números de opus son a menudo inexactos para expresar el orden cronológico de las obra de Sibelius, con estas colecciones tal orden es inexistente). Antes de final de año llegaron a la hoja pautada la Arabesque opus 76 nº9, la Nouvellette opus 94 nº2, la Romanzetta opus 76 nº6, el Valse opus 34 nº1, el Air opus 34 nº2, la Mazurka opus 34 nº3, el Carillon opus 76 nº3, el Pensée mélodique opus 34 nº4, el Capricietto opus 76 nº12, el Rondoletto opus 40 nº7 y la Boutade opus 34 nº5.

A finales de este 1914 Sibelius retorna al pesimismo que en él viene siendo habitual en la época de su aniversario (8 de diciembre), antes de las fechas navideñas. Pero en este año de guerra, con su situación económica quebrada y restricciones de todo tipo, se siente especialmente aislado y solo, casi ignorado. "¡49 años de edad! Mi cumpleaños como siempre: ni telegramas, ni cartas, ni flores, ni felicitaciones (aparte de una llamada telefónica de Ruth), un verdadero profeta en su tierra". Muchas anotaciones en su diario reflejan sentimiento de especial poco consideración por parte de sus compatriotas en estas fechas. Aunque sin duda una visión muy exagerada, producida en parte por el contraste con su fama norteamericana, algo pudo de haber de verdad en ello, en un momento en que algunos odios y diferencias profundas empezaban salir a flote en aquella sociedad que tres años y medio después estallarían en una cruenta guerra civil.


Una pieza mucho más ambiciosa que las miniaturas pianísticas, aunque también breve, fue escrita a finales de noviembre con la plantilla de violín solista y orquesta: Cantique, la primera de las llamadas Melodías serias opus 77, que llevaría el subtítulo latino de "Laetare anima mea" ("Alégrate, alma mía"). Estos títulos, aunque sin una intencionalidad religiosa expresa, sí son descriptivos de su atmósfera grave, lírica y contenida, con una escritura violinística y orquestal muy sutil a la vez que oscura. De hecho escribiría a su editor que "el acompañamiento podría ser fácilmente colocado en una galería de iglesia. Un arreglo para órgano y arpa podría ser también preparado". Nuestro autor no alcanzaría tal arreglo (que se habría adecuado a la perfección al clima de la obra), pero sí preparará en seguida una versión para violín y piano. 

La compañera de Cantique sería escrita el año siguiente, mientras el autor se sumergía de nuevo en su pasión por la música violinística, planeando una "Sonata I opus 78" en navidad. La obra sería la única sonata y llevaría otro número de opus, aunque sí que tomaría cuerpo real al año siguiente. Un año el de 1915 que traería muchas más miniaturas y nada menos que la Quinta sinfonía, aunque la historia de esta obra en realidad durará muchos más años, unida a la tragedia de las armas, y a la "indescriptible miseria" que sintió el compositor en aquellos negros años. No obstante la navidad, como habitualmente, supuso una verdadera inyección de ánimo, con la presencia de sus hijas, y su cuñado Eero y toda su familia, que llenaron el hogar de Sibelius de voces infantiles y gran alegría.
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Capítulo siguiente (33): miniaturas, los 50 años del compositor y el estreno de la Quinta Sinfonía (1915)

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