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"La gente evitaba nuestra mirada, sacudía sus cabezas; sus sonrisas eran abochornadas, furtivas o irónicas. No mucha gente vino tras bastidores, al camerino, para rendir sus respetos". Así describe Aino Sibelius la reacción del público que asistió al estreno de la Cuarta sinfonía de su marido. Su reputación permanecía bien asentada en el Helsinki de 1911, por lo que incluso una "locura" como para muchos debió parecer aquella obra no haría perder el aprecio de sus compatriotas, pero la modernidad de la obra los descuadró completamente.
El programa del aquel 3 de abril de 1911 lo formaban obras recientes, algunas de las cuales se habían escrito al tiempo que la sinfonía. La primera parte la integraban la marcha fúnebre In memoriam opus 59, la Canzonetta para cuerda opus 62a (escrita para una nueva producción de "Kuolema"), La dríade opus 45 nº1 y Cabalgata nocturna y amanecer opus 55, reservándose la segunda parte a la sinfonía. El propio compositor dirigía en la Sala de la Universidad sus trabajo,s con Orquesta de la Sociedad Filarmónica, bajo un clima de gran expectación. La nueva sinfonía del autor más célebre del país, previsiblemente una nueva obra maestra. Un acontecimiento memorable.
El público celebró la primera parte (La dríade y la Canzonetta se bisaron), especialmente la Cabalgata nocturna, que provocó una avalancha de aplausos. Pero el mundo de la Cuarta sinfonía, aunque ya anunciado en parte en esas obras, dejó perplejos a los asistentes. Tras los últimos acordes hubo unos instantes de silencio: el público no sabía, dada la extraña naturaleza de la obra, si la sinfonía había terminado o no... Sólo cuando las protocolarias guirnaldas de flores fueron llevadas al escenario, se produjo la reacción y el aplauso. El público finlandés era - y es - poco dado al abucheo, y mucho menos ante un ídolo nacional, pero en otros climas posiblemente se habría producido. Era visible (recordemos la cita de Aino que transcribíamos al principio) que la obra había decepcionado cuanto menos.
Y los críticos no fueron menos. Heikki Klemetti, el director del YL (al que dirigió con "Isänmaalle" y el himno nacional para honrar a Sibelius, y pronunció un discurso patriótico tras el concierto), escribió en el diario Säveletär: "todo parece extraño. Curiosas, transparentes figuras flotan aquí y allí, hablándonos en un lenguaje cuyo significado no podemos captar. La posterioridad debe decidir si el compositor ha sobrepasado los límites dictados por el sonido, la maestría musical natural, forzando las funciones de varios intervalos de la melodía". Evert Katila, siempre bien dispuesto a la música sibeliana, captó que tras la obra había una gran controversia estética, y escribió en el Uusi Suometar que la sinfonía era "una aguda protesta contra la tendencia general de la música moderna... Se componen sinfonías automovilísticas hoy en día, y óperas con ensordecedoras sonoridades, obras que requieren un aparato abarcarcando mil intérpretes, todo esto sin otro objeto que aturdir al oyente con lo nuevo y lo extraño [...] La más moderna de las modernas, y en términos tanto de contrapunto y armonía, la más audaz obra que haya sido escrita".
Carpelan en la reseña en un diario sueco se expresó en términos parecidos, que ciertamente están en sintonía con lo que el propio compositor expresó un mes más tarde en una carta a Rose Newmarch: "se presenta como una protesta contra la música del presente. No tiene nada, absolutamente nada de circo en ella".
Una de las críticas más visionarias fue la del musicólogo Otto Anderson: "una síntesis de clasicismo, romanticismo y modernismo, que puede bien servir al ideal de la música del futuro". El guante lo recogieron dos jóvenes compositores que asistieron eufóricos al estreno: Aarre Merikanto (hijo de Oskar Merikanto, compositor y crítico, amigo años atrás de Sibelius) y Väinö Raitio. Después del concierto compartieron la cena con Jean y Aino Sibelius, y llenaron al genio nórdico de alabanzas por su nueva música.
Y los críticos no fueron menos. Heikki Klemetti, el director del YL (al que dirigió con "Isänmaalle" y el himno nacional para honrar a Sibelius, y pronunció un discurso patriótico tras el concierto), escribió en el diario Säveletär: "todo parece extraño. Curiosas, transparentes figuras flotan aquí y allí, hablándonos en un lenguaje cuyo significado no podemos captar. La posterioridad debe decidir si el compositor ha sobrepasado los límites dictados por el sonido, la maestría musical natural, forzando las funciones de varios intervalos de la melodía". Evert Katila, siempre bien dispuesto a la música sibeliana, captó que tras la obra había una gran controversia estética, y escribió en el Uusi Suometar que la sinfonía era "una aguda protesta contra la tendencia general de la música moderna... Se componen sinfonías automovilísticas hoy en día, y óperas con ensordecedoras sonoridades, obras que requieren un aparato abarcarcando mil intérpretes, todo esto sin otro objeto que aturdir al oyente con lo nuevo y lo extraño [...] La más moderna de las modernas, y en términos tanto de contrapunto y armonía, la más audaz obra que haya sido escrita".
Ilustración con fotografía del crítico musical Evert Katila
Carpelan en la reseña en un diario sueco se expresó en términos parecidos, que ciertamente están en sintonía con lo que el propio compositor expresó un mes más tarde en una carta a Rose Newmarch: "se presenta como una protesta contra la música del presente. No tiene nada, absolutamente nada de circo en ella".
Una de las críticas más visionarias fue la del musicólogo Otto Anderson: "una síntesis de clasicismo, romanticismo y modernismo, que puede bien servir al ideal de la música del futuro". El guante lo recogieron dos jóvenes compositores que asistieron eufóricos al estreno: Aarre Merikanto (hijo de Oskar Merikanto, compositor y crítico, amigo años atrás de Sibelius) y Väinö Raitio. Después del concierto compartieron la cena con Jean y Aino Sibelius, y llenaron al genio nórdico de alabanzas por su nueva música.
Karl Frederik Wasenius, "Bis", se referirá en su crítica a un supuesto programa: "el tema de la sinfonía es un viaje a la célebre montaña Koli [....] El primer movimiento describe el Koli y la impresión que produce. En el segundo el compositor se encuentra a sí mismo en la ladera de la montaña. [...] El sol toca el lago con oro y chispeantes olas brillan bajo sus rayos". El tercer movimiento ofrecería "un imponente panorama del Koli bañado por la luz de la luna, y una pintura con poesía", mientras que el finale retrataría al compositor volviendo a casa con el sol sobre el horizonte, aunque nubes lejanas amenazaban con una tormenta de nieve. "El poderoso entendimiento de nuestro pueblo y su poesía épica que Sibelius se evidencia en su obra temprana, [...] este vínculo no existe en la Cuarta sinfonía".
Este tipo de explicaciones programáticas eran muy del gusto de la época, y Sibelius ya se tuvo que enfrentar a ellas en sus anteriores sinfonías que, como ésta también, tuvieron al menos en su forma final siempre una aspiración musical pura y una inspiración básicamente abstracta. El autor respondió a Wasenius en una carta al diario Hufvudstadsbladet: "tus aseveraciones [...] son inexactas. Me parece que recuerdan estrechamente a una descripción topográfica a lo largo de algunas líneas que di a ciertos amigos el uno de abril".
Sibelius se refiere aquí a Eero Järnefelt, con quien efectivamente debió hablar sobre el nacimiento de la sinfonía bajo la inspiración que le supuso la contemplación que compatieron desde lo alto del Koli, y la experiencia de ese día. Pero el unir tan estrechamente esas ideas parece una especulación del pintor, o aun del propio Wasenius, que sin duda comunicó la conversación a "Bis". En cualquier caso la distancia de la idea inicial de la obra con el resultado final, conociendo además con bastante detalle el proceso de composición, hacen que sea inconsistente la posibilidad de aplicar tal programa a la sinfonía en su forma final.
A pesar de la controversia (¿o quizás por ella?), el concierto se repetiría dos días después con todas las entradas vendidas. Nuestro autor resumió su visión de la situación con estas líneas: "los conciertos fueron buenos, Todo está confuso. Idioteces de Wasenius. ¡Aino con la cabeza alta! ¡Estoy expectante y ansioso! ¿¿¿Breitkopf & Härtel??? Axel Carpelan aquí, lleno de entendimiento. Otto Anderson escribe sobre mí. Deseo estar en el campo... ¿Publicaré la sinfonía en esta forma? ¡Sí!"
Lo cierto es que antes de la publicación, como ya habíamos relatado, el genio finlandés revisaría dos movimientos de la obra, "que necesitan estar más claros". El 20 de mayo la partitura final está lista, y se la envía al editor alemán, completamente satisfecho de su trabajo. En su diario anota: "ciertos trabajos - como la Cuarta sinfonía - no debería ser subestimados. Incluso aunque la perfección en estas materias no pueda ser alcanzada por ningún mortal, con la excepción del trascendental Mozart". A principios del siguiente año la sinfonía aparece ya impresa, en Die Musik de Berlín se produce una reseña favorable: "como artista, Sibelius ha alcanzado una madurez creativa y una estatura que no puede ser replicada durante más tiempo".
En marzo de 1912 la sinfonía volvía a ser programada en la misma sala, con nuevos estrenos y considerable éxito, lo que demostraba que el efecto inicial que produjo su lenguaje ante el público habitual sibeliano fue más por la sorpresa que un rechazo de plano. Rechazo que sí se encontraría fuera de Finlandia.
Durante la gira inglesa que nuestro músico realizará meses después se produjo el estreno internacional de la obra. El 1 de octubre en la Sala Municipal de Birmingham el poder del tritono de la Cuarta sinfonía se dejaba escuchar ante la audiencia inglesa, dirigida por el autor. En este caso la reacción de público y crítica sin ser entusiasta fue bastante positiva. Para The Times "es música que se presenta aparte de la expresión común del tiempo [...]. El compositor [...] vive en su propio mundo, tiene sus propios pensamientos, y los traslada a sonido tan espontáneamente que no cae en la tentación de medirse ante los oyentes. [...] La orquestación es casi desconcertantemente nueva". El crítico de The Musical Times muestra la nota discordante: "la música del sr. Sibelius debe haber sido escrita en cifrado, y desafortunadamente omitió proveernos del código".
El 3 de diciembre el propio compositor dirigió a la Real Orquesta Danesa para el estreno en Copenhague, que fue bastante más polémico que en Reino Unido, y ante el cual los críticos se mostraron confusos. En el Berlingske Tidende encontramos un comentario en esta línea: "prefiere moverse hacia la periferia, donde la música casi deja de ser música. [....] Su música se convierte meramente en bocetos fantásticos en un mundo gris y místico". Charles Kjerulf apuntaba que la obra era más bien afín a la música de cámara, por lo que debía titularse "Sinfonietta". Los compositores Louis Glass y Carl Nielsen, más sensibles a su modernidad, alabaron el trabajo.
Si en Finlandia la obra había causado en principio desconcierto, en Inglaterra cierta fascinación y en Dinamarca polémica, la reacción más visceral vino por parte de Viena... o al menos de una pequeña parte de Viena. Felix Weingartner, que había mostrado interés en más de una ocasión por las obras del maestro, programó la sinfonía para uno de los conciertos de abono de la Orquesta Filarmónica, previsto para el 15 de diciembre. Pero durante los ensayos los músicos de la orquesta retrocedieron espantados ante la partitura, y se negaron a tocar la obra en público. El director tuvo que ceder a la rebelión, y sustituir la Cuarta sinfonía por obras de Weber y Beethoven, que desde luego no hacían peligrar la imagen de la orquesta austrohúngara. Weingartner lo compensaría poco después tocando La dríade, aunque sin ningún éxito.
El destino de la partitura parecía maldito para la Filarmónica de Viena, ya que por los datos que tenemos, la orquesta no interpretó la obra hasta las grabaciones de estudio de Lorin Maazel... ¡en los años 60! Y al menos una década más tuvieron que esperar los vieneses para asistir a una ejecución de la sinfonía en vivo.
Wilhelm Stenhammar interpretó el estreno en Suecia el 17 de enero de 1913, con una recepción agria, que el bueno de Stenhammar trató de justificar a su amigo finlandés: "he cometido el error de tocar tu sinfonía en uno de nuestros conciertos de abono. Las audiencias de estos conciertos consisten casi en su mayoría en burgueses que carecen de cualquier serio interés en música... Y así lo inaudito ha sucedido — hasta donde yo conozco, un suceso único en los anales de la historia musical de Gotemburgo: al final de la sinfonía las pocas personas que aplaudieron educadamente fueron ahogadas por un ruidoso silbido". Lejos de amedrentarse el músico sueco volvió a dirigir el trabajo semanas después, entonces con una reacción más positiva del público - menos "burgués"-, pero no así de la crítica. En todo caso nuestro compositor siempre apreció la admiración y esfuerzo del músico sueco con la obra (en más de una ocasión clasificó a sus seguidores entre los que "entendían" la Cuarta y los que no).
Otro buen amigo del genio nórdico, Ferruccio Busoni (cuyas propias composiciones de la época guardan más de un paralelo con el estilo de la sinfonía), planeó tocar la obra en Berlín con la Orquesta Blüthner, pero el concierto se tuvo que cancelar, esta vez por problemas de salud. Sin embargo, sumamente interesado en la obra, finalmente la dirigió en Amsterdam en marzo. Y el día 2 de ese mismo mes, la partitura saltaba el charco, con Walter Damrosch realizando la première americana, con la Sinfónica de Nueva York, y de nuevo no sin polémica: miembros de la audiencia salieron de la sala entre los movimientos, aunque hubo un aplauso de respeto al final. El Herald Tribune acusó a Sibelius de "cubista", pero hubo también alabazas, como la del Musical America: "hay algo mefistofélico en esta escarpada música, tiene una salvaje autenticidad e individualidad".
Alemania permaneció especialmente adversa a esta música. En 1916 Oskar Fried la dirigía en Berlín, dondo un crítico sentenciaría que "una gran parte de ella es indudablemente atmosférica, pero suena horriblemente todo igual. Ciertas ideas podría ser nacionales y finlandesas; otras sólo prestadas de los franceses." Otro articulista afirmaría que debía circunscribirse a entusiastas de Sibelius: "no es convincente, aunque el oyente que ya se haya persuadido de su música encontrará muchos pasajes de poesía real y exquisito refinamiento tonal. A largo plazo una vitalidad creativa deficiente sirve para dejar una impresión predominantemente negativa".
Una de las críticas más (cruelmente) duras contra el trabajo vino, como no cabría esperar de otro modo de Wilhelm Peterson-Berger, enconado enemigo de la música de nuestro autor. Tras una interpretación en Estocolmo bajo la batuta de Georg Schnéevoigt, deja constancia con sarcasmo de su profundo desagrado: "la sinfonía ha ayunado en el desierto cuarenta días o más bien vagabundeado cuarenta años en su celosa búsqueda por la tierra prometida de la música viviente — y después de un prometedor comienzo, emerge como un enflaquecido santón budista, atormentado por visiones de hambruna musical, que a veces toman la forma de gestos parsifalianos o - aunque menos a menudo - de los oscuros, amenazantes acordes de Hagen en Götterdämmerung ["El ocaso de los dioses"]. Pero siempre en una forma curiosamente diluida y ascética que, pobres comentadores obligados, condenados a priori a abrazar sus encantos, podrían contemplar como la altura de la espiritualidad — si por esta vez pudieran recordar qué es eso. [...] Los pensamientos de uno tornan a un lunático que se sienta en silencio, balbuceando y riéndose, conspicuo y confuso".
Para enfrentarse a la adversidad germánica, en los años siguientes algunos amigos, como Harriet Cohen, intentaron interesar a varios músicos por la sinfonía, incluyendo a Schönberg, Schnabel y Scherchen, pero sólo éste último respondió positivamente, dirigiendo la obra en otoño de 1921 en Leipzig. Hubo críticas negativas, pero también algunas más condescendientes, como la del Leipziger Zeitung: "una rapsódica presentación de melancolía nórdica teñida con oscuro y expresivo sentimiento [...] cuya belleza Scherchen abrió al público con gran simpatía".
Con los años, mientras el mundo y la música cambiaban a un ritmo acelerado, la sinfonía pasó de ser cuando menos problemática para las audiencias a convertirse en una de las ciertamente más apreciadas del autor por su singularidad y modernidad. En 1921 nuestro compositor llevaba sus últimas sinfonías a Reino Unido, con gran éxito, y el crítico de The Times afirmaba: "habiendo escuchado al sr. Sibelius conducir tres de su sinfonías en la última quincena, la quinta y la cuarta en Londres y la tercera en Birmingham, no podemos dudar al decir que esta, la nº4 en la menor, es incomparablemente la más bella. Destaca de entre sus compañeras por lo absolutamente directo de su movimiento y sencillez de línea. Su gran simplicidad es perturbadora". A Sibelius le llamó la atención cómo su más reciente sinfonía, la Quinta, que había conseguido desde el estreno de su versión definitiva el aplauso unánime, cedía ante la fascinación de la Cuarta, que "ha cautivado a todos los músicos aquí. Y pensar sobre el modo en que fue perseguida".
Sin embargo, aún el sector más conservador de la crítica no llegará a tolerar la obra durante bastantes años, encontrando declaraciones tan sorprendentes a las alturas de una fecha como la de 1928, debidas al recalcitrante Wilhelm Peterterson-Berger, tras una interpretación en Estocolmo bajo la batuta de Ture Rangström: "sin sangre, sin color, careciendo de temperamento y falta de ideas".
Los años treinta conocieron las primeras grabaciones discográficas de las sinfonías, y una sinfonía tan singular como la Cuarta no podía sino haber tenido una historia muy particular para este momento. El ciclo planeado como el inaugural fue encomendado a Robert Kajanus, pero el campeón de la causa sibeliana murió antes de poder grabar la Cuarta y la Sexta. Fue en abril de 1932 cuando Leopold Stokowski realizó el estreno discográfico absoluto, con la Orquesta de Philadelphia, reducida para la ocasión.
No obstante ese registro no se distribuyó fuera de EE.UU. Para completar la integral de Kajanus, EMI pensó en el otro gran director finlandés, Georg Schnéevoigt, rival de Kajanus y incondicional de Sibelius, entusiasmo que el compositor parece ser no compartió en muchas ocasiones. El sello británico grabó una interpretación londinense, en directo, del trabajo (junto con la Sexta y "Luonnotar"), con la Orquesta Nacional Finlandesa, en 1934. Pero EMI finalmente no hizo público el registro, que quedó guardado en los archivos de la Sociedad Sibeliana británica (rescatado muchos años después). Con diversos argumentos que lo probarían se cree que el propio Sibelius rechazó la interpretación de Schnéevoigt, aunque no hay evidencia escrita de ello, quizá porque el compositor se cuidó mucho de reflejarlo. Después de todo en público siempre se expresó a favor del director, pero en privado criticó duramente la forma de dirigir sus trabajos.
La primera grabación que llegaría al gran público sería la de Thomas Beecham. Sibelius había escuchado la primera interpretación del mítico director británico en enero de 1935, y afirmó que le causó una "profunda admiración [...], excelente, perfecta, algo único y destacable". Convertido ya en uno de sus más entusiastas campeones de aquella década de estrellato universal, el también mítico productor de EMI Walter Legge le encargó pasar al disco la sinfonía, con la Filarmónica de Londres. Tras varias tomas en octubre y noviembre de 1937 (que contaron con la aprobación del compositor, tras aportarle una serie de sugerencias, como precisas indicaciones metronómicas), el director no estuvo contento, y repitió la grabación en una única toma, en diciembre. Esa grabación es la que conocemos, convirtiéndose desde ese primer momento en uno de los registros más célebres de la sinfonía. Aunque lo discutiremos en el análisis, hay que cometar en este momento una particularidad sobre la instrumentación: el compositor permitió para esta interpretación, en el último movimiento, el uso de campanas tubulares sustituyendo al glockenspiel, compensando así su débil sonoridad en el microsurco. Esta parte, no muy extensa pero esencial en la significación del movimiento, está indicada en la partitura publicada como "Glocken" [="campanas" en alemán], término con el que el compositor, según sus propias palabras, se refiere al glockenspiel. Algunos directores han seguido a Beecham en este extremo y no al autor de la partitura, lo que no se justifica bajo la superior calidad fonográfica de las décadas posteriores.
En cualquier caso estas primeras grabaciones hicieron muchísimo por convertirla en una de las más amadas del público, y asentar la obra dentro del repertorio de las grandes orquestas internacionales.
Hay mucho de presentimiento de la muerte en esta sinfonía, sin duda. Por ello fue del todo natural que durante el funeral en Catedral de Helsinki por nuestro compositor, en 1957, sonara música de esta partitura, en concreto Il tempo largo, que contiene elementos del más profundo dolor junto con destellos de esperanza.
El propio Sibelius llegó a predecir que la sinfonía sonaría como homenaje en su entierro. Tan unida a su yo más profundo, siempre se sintió orgulloso y especialmente unido a esta obra, desde el mismo momento de su conclusión hasta décadas más tarde. En los años 40 declaró: "estoy agradecido con lo que hice, incluso hoy no puedo encontrar una sola nota en ella que podría suprimir, ni nada que pueda encontrar para añadir. Me da fuerza y satisfacción. La Cuarta sinfonía representa una parte muy importante y grande de mí. Sí, estoy contento de haberla escrito".
La partitura se ha convertido para el conocedor en un emblema mismo de su autor, y de su posición como uno de los más grandes sinfonistas del siglo XX. Herbert von Karajan, por ejemplo, exigió en la Alemania post-adorniana de la postguerra incluir la sinfonía en el concierto inaugural de su mandato ante la Filarmónica de Berlín. Venciá así, en gran parte, la singular resistencia germánica a trabajo. Era una de las obras maestras de su tiempo, y así debía ser proclamado.
Siendo uno de sus trabajos más visionarios y únicos no es de extrañar que haya influido en algunos autores especialmente afines, como Benjamin Britten, que pasó de tener una actitud casi menospreciadora a convertirse en un admirador: "debo confesar que, durante muchos años, los trabajos del maestro finlandés significaron poco para mí. Entonces por casualidad, escuchando una interpretación de su Cuarta sinfonía, empecé a interesarme; y desde entonces aprovecho cada oportunidad de estudiar sus partituras y escuchar interpretaciones magistrales; encuentro su concepción del sonido extremadamente personal y original, y su pensamiento musical de lo más estimulante. Le debo dar un sincero homenaje." Ecos de la sinfonía - como también de otras obras del finlandés - pueden encontrarse también en la Primera sinfonía de William Walton, y en otros muchos compositores, fundamentalmente británicos y americanos.
Pero por encima de todo han sido los músicos finlandeses los que han situado este trabajo entre los más grandes de su autor, proclamándolo como parte del sentir netamente finlandés. Las generaciones de vanguardia en los últimos años del autor, e incluso después, han visto en esta obra su punto de partida. Compositores como los señalados Aarre Merikanto, Raitio, y otros como Rautavaara, nacen estilísticamente en gran medida de la modernidad de la Cuarta.
Jussi Jalas, director de orquesta y nuero del compositor, conectó en un escrito de 1988 el alma musical finlandesa con la obra: "para nosotros, los músicos finlandeses, la Cuarta sinfonía de Sibelius es como la Biblia. Nos aproximamos a ella con gran respeto y devoción. En este trabajo Sibelius ha visto la insondable tragedia de la inconsistencia de la vida, y la dado expresión audazmente, con nuevos significados y en un nuevo lenguaje musical".
En las últimas décadas la sinfonía mantiene su prestigio y su valor ante el aficionado medio. No ha tenido el privilegio de situarse en un lugar cómodo del repertorio estándar, pero tampoco está lejos de los primeros puestos, aunque se interprete con menor asiduidad que las dos primeras, la Quinta o la Séptima. Es sin embargo muy valorada por los entusiastas sibelianos, a un lado o al otro de la orquesta, y es una piedra de toque para cualquier director que se plantee un ciclo sibeliano. Ha interesado incluso a nombres que apenas han frecuentado a Sibelius, como Michael Tilson Thomas o Ernest Ansermet.
Una obra que no deja desde luego indiferente a nadie, y una vez que se profundiza en su misterio, no se puede olvidarse. En resumen, una obra maestra, quintaesencia del sibelianismo. En los próximos posts intentaremos dar herramientas para comprender mejor su misteriosa esencia.
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Este tipo de explicaciones programáticas eran muy del gusto de la época, y Sibelius ya se tuvo que enfrentar a ellas en sus anteriores sinfonías que, como ésta también, tuvieron al menos en su forma final siempre una aspiración musical pura y una inspiración básicamente abstracta. El autor respondió a Wasenius en una carta al diario Hufvudstadsbladet: "tus aseveraciones [...] son inexactas. Me parece que recuerdan estrechamente a una descripción topográfica a lo largo de algunas líneas que di a ciertos amigos el uno de abril".
Sibelius se refiere aquí a Eero Järnefelt, con quien efectivamente debió hablar sobre el nacimiento de la sinfonía bajo la inspiración que le supuso la contemplación que compatieron desde lo alto del Koli, y la experiencia de ese día. Pero el unir tan estrechamente esas ideas parece una especulación del pintor, o aun del propio Wasenius, que sin duda comunicó la conversación a "Bis". En cualquier caso la distancia de la idea inicial de la obra con el resultado final, conociendo además con bastante detalle el proceso de composición, hacen que sea inconsistente la posibilidad de aplicar tal programa a la sinfonía en su forma final.
A pesar de la controversia (¿o quizás por ella?), el concierto se repetiría dos días después con todas las entradas vendidas. Nuestro autor resumió su visión de la situación con estas líneas: "los conciertos fueron buenos, Todo está confuso. Idioteces de Wasenius. ¡Aino con la cabeza alta! ¡Estoy expectante y ansioso! ¿¿¿Breitkopf & Härtel??? Axel Carpelan aquí, lleno de entendimiento. Otto Anderson escribe sobre mí. Deseo estar en el campo... ¿Publicaré la sinfonía en esta forma? ¡Sí!"
Lo cierto es que antes de la publicación, como ya habíamos relatado, el genio finlandés revisaría dos movimientos de la obra, "que necesitan estar más claros". El 20 de mayo la partitura final está lista, y se la envía al editor alemán, completamente satisfecho de su trabajo. En su diario anota: "ciertos trabajos - como la Cuarta sinfonía - no debería ser subestimados. Incluso aunque la perfección en estas materias no pueda ser alcanzada por ningún mortal, con la excepción del trascendental Mozart". A principios del siguiente año la sinfonía aparece ya impresa, en Die Musik de Berlín se produce una reseña favorable: "como artista, Sibelius ha alcanzado una madurez creativa y una estatura que no puede ser replicada durante más tiempo".
En marzo de 1912 la sinfonía volvía a ser programada en la misma sala, con nuevos estrenos y considerable éxito, lo que demostraba que el efecto inicial que produjo su lenguaje ante el público habitual sibeliano fue más por la sorpresa que un rechazo de plano. Rechazo que sí se encontraría fuera de Finlandia.
Durante la gira inglesa que nuestro músico realizará meses después se produjo el estreno internacional de la obra. El 1 de octubre en la Sala Municipal de Birmingham el poder del tritono de la Cuarta sinfonía se dejaba escuchar ante la audiencia inglesa, dirigida por el autor. En este caso la reacción de público y crítica sin ser entusiasta fue bastante positiva. Para The Times "es música que se presenta aparte de la expresión común del tiempo [...]. El compositor [...] vive en su propio mundo, tiene sus propios pensamientos, y los traslada a sonido tan espontáneamente que no cae en la tentación de medirse ante los oyentes. [...] La orquestación es casi desconcertantemente nueva". El crítico de The Musical Times muestra la nota discordante: "la música del sr. Sibelius debe haber sido escrita en cifrado, y desafortunadamente omitió proveernos del código".
El 3 de diciembre el propio compositor dirigió a la Real Orquesta Danesa para el estreno en Copenhague, que fue bastante más polémico que en Reino Unido, y ante el cual los críticos se mostraron confusos. En el Berlingske Tidende encontramos un comentario en esta línea: "prefiere moverse hacia la periferia, donde la música casi deja de ser música. [....] Su música se convierte meramente en bocetos fantásticos en un mundo gris y místico". Charles Kjerulf apuntaba que la obra era más bien afín a la música de cámara, por lo que debía titularse "Sinfonietta". Los compositores Louis Glass y Carl Nielsen, más sensibles a su modernidad, alabaron el trabajo.
El compositor y escritor danés Charles Kjerulf (1858-1919)
Si en Finlandia la obra había causado en principio desconcierto, en Inglaterra cierta fascinación y en Dinamarca polémica, la reacción más visceral vino por parte de Viena... o al menos de una pequeña parte de Viena. Felix Weingartner, que había mostrado interés en más de una ocasión por las obras del maestro, programó la sinfonía para uno de los conciertos de abono de la Orquesta Filarmónica, previsto para el 15 de diciembre. Pero durante los ensayos los músicos de la orquesta retrocedieron espantados ante la partitura, y se negaron a tocar la obra en público. El director tuvo que ceder a la rebelión, y sustituir la Cuarta sinfonía por obras de Weber y Beethoven, que desde luego no hacían peligrar la imagen de la orquesta austrohúngara. Weingartner lo compensaría poco después tocando La dríade, aunque sin ningún éxito.
El destino de la partitura parecía maldito para la Filarmónica de Viena, ya que por los datos que tenemos, la orquesta no interpretó la obra hasta las grabaciones de estudio de Lorin Maazel... ¡en los años 60! Y al menos una década más tuvieron que esperar los vieneses para asistir a una ejecución de la sinfonía en vivo.
Anuncio del concierto con el estreno previsto de la obra de Sibelius.
Wilhelm Stenhammar interpretó el estreno en Suecia el 17 de enero de 1913, con una recepción agria, que el bueno de Stenhammar trató de justificar a su amigo finlandés: "he cometido el error de tocar tu sinfonía en uno de nuestros conciertos de abono. Las audiencias de estos conciertos consisten casi en su mayoría en burgueses que carecen de cualquier serio interés en música... Y así lo inaudito ha sucedido — hasta donde yo conozco, un suceso único en los anales de la historia musical de Gotemburgo: al final de la sinfonía las pocas personas que aplaudieron educadamente fueron ahogadas por un ruidoso silbido". Lejos de amedrentarse el músico sueco volvió a dirigir el trabajo semanas después, entonces con una reacción más positiva del público - menos "burgués"-, pero no así de la crítica. En todo caso nuestro compositor siempre apreció la admiración y esfuerzo del músico sueco con la obra (en más de una ocasión clasificó a sus seguidores entre los que "entendían" la Cuarta y los que no).
Otro buen amigo del genio nórdico, Ferruccio Busoni (cuyas propias composiciones de la época guardan más de un paralelo con el estilo de la sinfonía), planeó tocar la obra en Berlín con la Orquesta Blüthner, pero el concierto se tuvo que cancelar, esta vez por problemas de salud. Sin embargo, sumamente interesado en la obra, finalmente la dirigió en Amsterdam en marzo. Y el día 2 de ese mismo mes, la partitura saltaba el charco, con Walter Damrosch realizando la première americana, con la Sinfónica de Nueva York, y de nuevo no sin polémica: miembros de la audiencia salieron de la sala entre los movimientos, aunque hubo un aplauso de respeto al final. El Herald Tribune acusó a Sibelius de "cubista", pero hubo también alabazas, como la del Musical America: "hay algo mefistofélico en esta escarpada música, tiene una salvaje autenticidad e individualidad".
Alemania permaneció especialmente adversa a esta música. En 1916 Oskar Fried la dirigía en Berlín, dondo un crítico sentenciaría que "una gran parte de ella es indudablemente atmosférica, pero suena horriblemente todo igual. Ciertas ideas podría ser nacionales y finlandesas; otras sólo prestadas de los franceses." Otro articulista afirmaría que debía circunscribirse a entusiastas de Sibelius: "no es convincente, aunque el oyente que ya se haya persuadido de su música encontrará muchos pasajes de poesía real y exquisito refinamiento tonal. A largo plazo una vitalidad creativa deficiente sirve para dejar una impresión predominantemente negativa".
El director alemán Oskar Fried (1871-1941), recordado sobre todo como un pionero de la interpretación de las sinfonías mahlerianas
Una de las críticas más (cruelmente) duras contra el trabajo vino, como no cabría esperar de otro modo de Wilhelm Peterson-Berger, enconado enemigo de la música de nuestro autor. Tras una interpretación en Estocolmo bajo la batuta de Georg Schnéevoigt, deja constancia con sarcasmo de su profundo desagrado: "la sinfonía ha ayunado en el desierto cuarenta días o más bien vagabundeado cuarenta años en su celosa búsqueda por la tierra prometida de la música viviente — y después de un prometedor comienzo, emerge como un enflaquecido santón budista, atormentado por visiones de hambruna musical, que a veces toman la forma de gestos parsifalianos o - aunque menos a menudo - de los oscuros, amenazantes acordes de Hagen en Götterdämmerung ["El ocaso de los dioses"]. Pero siempre en una forma curiosamente diluida y ascética que, pobres comentadores obligados, condenados a priori a abrazar sus encantos, podrían contemplar como la altura de la espiritualidad — si por esta vez pudieran recordar qué es eso. [...] Los pensamientos de uno tornan a un lunático que se sienta en silencio, balbuceando y riéndose, conspicuo y confuso".
Para enfrentarse a la adversidad germánica, en los años siguientes algunos amigos, como Harriet Cohen, intentaron interesar a varios músicos por la sinfonía, incluyendo a Schönberg, Schnabel y Scherchen, pero sólo éste último respondió positivamente, dirigiendo la obra en otoño de 1921 en Leipzig. Hubo críticas negativas, pero también algunas más condescendientes, como la del Leipziger Zeitung: "una rapsódica presentación de melancolía nórdica teñida con oscuro y expresivo sentimiento [...] cuya belleza Scherchen abrió al público con gran simpatía".
Con los años, mientras el mundo y la música cambiaban a un ritmo acelerado, la sinfonía pasó de ser cuando menos problemática para las audiencias a convertirse en una de las ciertamente más apreciadas del autor por su singularidad y modernidad. En 1921 nuestro compositor llevaba sus últimas sinfonías a Reino Unido, con gran éxito, y el crítico de The Times afirmaba: "habiendo escuchado al sr. Sibelius conducir tres de su sinfonías en la última quincena, la quinta y la cuarta en Londres y la tercera en Birmingham, no podemos dudar al decir que esta, la nº4 en la menor, es incomparablemente la más bella. Destaca de entre sus compañeras por lo absolutamente directo de su movimiento y sencillez de línea. Su gran simplicidad es perturbadora". A Sibelius le llamó la atención cómo su más reciente sinfonía, la Quinta, que había conseguido desde el estreno de su versión definitiva el aplauso unánime, cedía ante la fascinación de la Cuarta, que "ha cautivado a todos los músicos aquí. Y pensar sobre el modo en que fue perseguida".
Sin embargo, aún el sector más conservador de la crítica no llegará a tolerar la obra durante bastantes años, encontrando declaraciones tan sorprendentes a las alturas de una fecha como la de 1928, debidas al recalcitrante Wilhelm Peterterson-Berger, tras una interpretación en Estocolmo bajo la batuta de Ture Rangström: "sin sangre, sin color, careciendo de temperamento y falta de ideas".
Los años treinta conocieron las primeras grabaciones discográficas de las sinfonías, y una sinfonía tan singular como la Cuarta no podía sino haber tenido una historia muy particular para este momento. El ciclo planeado como el inaugural fue encomendado a Robert Kajanus, pero el campeón de la causa sibeliana murió antes de poder grabar la Cuarta y la Sexta. Fue en abril de 1932 cuando Leopold Stokowski realizó el estreno discográfico absoluto, con la Orquesta de Philadelphia, reducida para la ocasión.
Jean Sibelius recibiendo a Leopold Stokowski. Fotografía de 1953.
No obstante ese registro no se distribuyó fuera de EE.UU. Para completar la integral de Kajanus, EMI pensó en el otro gran director finlandés, Georg Schnéevoigt, rival de Kajanus y incondicional de Sibelius, entusiasmo que el compositor parece ser no compartió en muchas ocasiones. El sello británico grabó una interpretación londinense, en directo, del trabajo (junto con la Sexta y "Luonnotar"), con la Orquesta Nacional Finlandesa, en 1934. Pero EMI finalmente no hizo público el registro, que quedó guardado en los archivos de la Sociedad Sibeliana británica (rescatado muchos años después). Con diversos argumentos que lo probarían se cree que el propio Sibelius rechazó la interpretación de Schnéevoigt, aunque no hay evidencia escrita de ello, quizá porque el compositor se cuidó mucho de reflejarlo. Después de todo en público siempre se expresó a favor del director, pero en privado criticó duramente la forma de dirigir sus trabajos.
La primera grabación que llegaría al gran público sería la de Thomas Beecham. Sibelius había escuchado la primera interpretación del mítico director británico en enero de 1935, y afirmó que le causó una "profunda admiración [...], excelente, perfecta, algo único y destacable". Convertido ya en uno de sus más entusiastas campeones de aquella década de estrellato universal, el también mítico productor de EMI Walter Legge le encargó pasar al disco la sinfonía, con la Filarmónica de Londres. Tras varias tomas en octubre y noviembre de 1937 (que contaron con la aprobación del compositor, tras aportarle una serie de sugerencias, como precisas indicaciones metronómicas), el director no estuvo contento, y repitió la grabación en una única toma, en diciembre. Esa grabación es la que conocemos, convirtiéndose desde ese primer momento en uno de los registros más célebres de la sinfonía. Aunque lo discutiremos en el análisis, hay que cometar en este momento una particularidad sobre la instrumentación: el compositor permitió para esta interpretación, en el último movimiento, el uso de campanas tubulares sustituyendo al glockenspiel, compensando así su débil sonoridad en el microsurco. Esta parte, no muy extensa pero esencial en la significación del movimiento, está indicada en la partitura publicada como "Glocken" [="campanas" en alemán], término con el que el compositor, según sus propias palabras, se refiere al glockenspiel. Algunos directores han seguido a Beecham en este extremo y no al autor de la partitura, lo que no se justifica bajo la superior calidad fonográfica de las décadas posteriores.
En cualquier caso estas primeras grabaciones hicieron muchísimo por convertirla en una de las más amadas del público, y asentar la obra dentro del repertorio de las grandes orquestas internacionales.
Thomas Beecham junto a Sibelius en una de sus varias visitas a Ainola
Hay mucho de presentimiento de la muerte en esta sinfonía, sin duda. Por ello fue del todo natural que durante el funeral en Catedral de Helsinki por nuestro compositor, en 1957, sonara música de esta partitura, en concreto Il tempo largo, que contiene elementos del más profundo dolor junto con destellos de esperanza.
El propio Sibelius llegó a predecir que la sinfonía sonaría como homenaje en su entierro. Tan unida a su yo más profundo, siempre se sintió orgulloso y especialmente unido a esta obra, desde el mismo momento de su conclusión hasta décadas más tarde. En los años 40 declaró: "estoy agradecido con lo que hice, incluso hoy no puedo encontrar una sola nota en ella que podría suprimir, ni nada que pueda encontrar para añadir. Me da fuerza y satisfacción. La Cuarta sinfonía representa una parte muy importante y grande de mí. Sí, estoy contento de haberla escrito".
La partitura se ha convertido para el conocedor en un emblema mismo de su autor, y de su posición como uno de los más grandes sinfonistas del siglo XX. Herbert von Karajan, por ejemplo, exigió en la Alemania post-adorniana de la postguerra incluir la sinfonía en el concierto inaugural de su mandato ante la Filarmónica de Berlín. Venciá así, en gran parte, la singular resistencia germánica a trabajo. Era una de las obras maestras de su tiempo, y así debía ser proclamado.
Siendo uno de sus trabajos más visionarios y únicos no es de extrañar que haya influido en algunos autores especialmente afines, como Benjamin Britten, que pasó de tener una actitud casi menospreciadora a convertirse en un admirador: "debo confesar que, durante muchos años, los trabajos del maestro finlandés significaron poco para mí. Entonces por casualidad, escuchando una interpretación de su Cuarta sinfonía, empecé a interesarme; y desde entonces aprovecho cada oportunidad de estudiar sus partituras y escuchar interpretaciones magistrales; encuentro su concepción del sonido extremadamente personal y original, y su pensamiento musical de lo más estimulante. Le debo dar un sincero homenaje." Ecos de la sinfonía - como también de otras obras del finlandés - pueden encontrarse también en la Primera sinfonía de William Walton, y en otros muchos compositores, fundamentalmente británicos y americanos.
Pero por encima de todo han sido los músicos finlandeses los que han situado este trabajo entre los más grandes de su autor, proclamándolo como parte del sentir netamente finlandés. Las generaciones de vanguardia en los últimos años del autor, e incluso después, han visto en esta obra su punto de partida. Compositores como los señalados Aarre Merikanto, Raitio, y otros como Rautavaara, nacen estilísticamente en gran medida de la modernidad de la Cuarta.
Jussi Jalas, director de orquesta y nuero del compositor, conectó en un escrito de 1988 el alma musical finlandesa con la obra: "para nosotros, los músicos finlandeses, la Cuarta sinfonía de Sibelius es como la Biblia. Nos aproximamos a ella con gran respeto y devoción. En este trabajo Sibelius ha visto la insondable tragedia de la inconsistencia de la vida, y la dado expresión audazmente, con nuevos significados y en un nuevo lenguaje musical".
En las últimas décadas la sinfonía mantiene su prestigio y su valor ante el aficionado medio. No ha tenido el privilegio de situarse en un lugar cómodo del repertorio estándar, pero tampoco está lejos de los primeros puestos, aunque se interprete con menor asiduidad que las dos primeras, la Quinta o la Séptima. Es sin embargo muy valorada por los entusiastas sibelianos, a un lado o al otro de la orquesta, y es una piedra de toque para cualquier director que se plantee un ciclo sibeliano. Ha interesado incluso a nombres que apenas han frecuentado a Sibelius, como Michael Tilson Thomas o Ernest Ansermet.
Una obra que no deja desde luego indiferente a nadie, y una vez que se profundiza en su misterio, no se puede olvidarse. En resumen, una obra maestra, quintaesencia del sibelianismo. En los próximos posts intentaremos dar herramientas para comprender mejor su misteriosa esencia.
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