Quien les escribe estas líneas tuvo la oportunidad de asistir a la interpretación en vivo de la Quinta sinfonía, una de las grandes obras del autor a quien hemos consagrado el blog. Los responsables fueron la formación de la comunidad, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida en la ocasión por un joven director invitado, Nikolaj Znaider. No son muchas las veces que podemos escuchar en directo la música del genio nórdico en nuestra propia ciudad (calculo que la media de Sibelius programados en el Auditorio es de una obra aproximadamente cada dos temporadas), por lo que no dudé mucho a la hora de acudir.
He de reconocer que no conocía la música de Znaider, aparte de haber visto su nombre en la portada de algún disco de conciertos para violín dirigidos por Valery Gergiev. Es que la figura de Nikolaj Znaider (nacido en 1975 en Copenhague, de una familia de origen judeo-polaca) ha brillado hasta ahora más como virtuoso del violín, habiendo tocado muchos de los grandes conciertos del repertorio - por cierto, al menos en grabación todavía no el de Sibelius -. La dirección ha sido una actividad relativamente reciente en su carrera, según descubrimos en el programa de mano, pero ya ha tenido el honor de dirigir orquestas como la Filarmónica de Munich, la de Birmingham o la Sinfónica de Londres, siendo el principal director invitado de la Orquesta del Teatro Mariinsky.
Nikolaj Znaider
Por tanto, sin unas especiales expectativas, acudimos al Auditorio Miguel Delibes para asistir a un programa consistente en la sinfonía de Sibelius en la primera parte, y el monumental y difícil poema sinfónico Así habló Zaratustra opus 30 de Richard Strauss para concluir el concierto.
A grandes rasgos mi apreciación personal sobre el evento fue más que positiva: el Sibelius de Znaider fue una gratísima sorpresa, con una vibrante interpretación que en ocasiones alentó el entusiasmo de todos los presentes, oyentes y músicos inclusive. La obra del maestro finlandés fue abordada con un gran respeto y pasión, y el director le hizo un enorme favor, demostrando ante el público local por qué esa obra se merece todos los laureles del gran sinfonismo. Aunque hubo también sus compases más débiles, globalmente la ejecución fue muy buena, y no creo equivocarme si digo que el público, incluyendo los que no conocían la obra, salió muy complacido de ella.
El comienzo del primer movimiento fue algo indeciso a decir verdad, con cierto temor que incluso dejó algunos fallos evidentes en las trompas, pero pronto se creó el clima adecuado cuando Znaider tomó la batuta, nunca mejor dicho, y la música empieza a fluir con toda naturalidad, bajo un clima de beatitud y de brillo áureo ciertamente hermoso. Las cuerdas llevaron el peso del drama: Znaider es un violinista y creo que eso se notó a lo largo del todo concierto por el mimo extraordinario con que trató a la sección. Sibelius también lo fue, por lo que esa especial sintonía hizo mucho bien a esta obra, aun cuando esta sinfonía en particular quizá sea la sinfonía - sobre todo si la comparamos con la Tercera, la Cuarta o la Sexta - donde el viento, incluido el metal, tiene un mayor peso. Pero no se trató simplemente de cuidar y/o hacer sobresalir a la cuerda: Znaider explora sabiamente lo que está en la partitura, las superposiciones de la sección, sus auras y su devenir en principio propio contra el resto de la música.
El gesto del director es impetuoso pero nunca histriónico, poderoso y muy comunicativo, directo y sin ritualismos. Se trasluce además bastante complicidad, de lo que podemos deducir que ha sido una obra bastante ensayada antes de este concierto inaugural (repetido esta tarde-noche en Valladolid, viajando después a otras localidades de la comunidad).
La transición hacia el final del primer movimiento - final que en la versión original de la pieza (de 1915) era en realidad un movimiento separado - es uno de los momentos esenciales de la sinfonía, una verdadera piedra clave de la obra en la que los directores demuestran si han entendido la obra o no. Con Znaider llegó tenuemente, casi desapercibida, pero con gran elegancia y un feliz y desenfadado entusiasmo, a través de un progresivo y fino crescendo. Era como decimos difícil pero, aunque fue una lectura muy peculiar y libre, sin duda fue el mejor fragmento de la interpretación. La sección que sigue se realizó con ritmos firmes, mezclados con rubatos de nuevo muy libres, pero creadores de un gran drama (¡qué sensacionalmente oscuros sonaron algunos acordes!). El arrebato que supone todo este movimiento, en especial su reexposición/scherzo duró hasta una coda palpitante, casi llena de ansiedad, y delirio, llegando incluso a provocar algún aplauso tras la doble barra, como si todo el movimiento hubiera concentrado toda una sinfonía (resulta muy curioso este hecho si pensamos que durante el proceso de revisión de la obra el autor pensó en dejar ese movimiento como único).
La transición hacia el final del primer movimiento - final que en la versión original de la pieza (de 1915) era en realidad un movimiento separado - es uno de los momentos esenciales de la sinfonía, una verdadera piedra clave de la obra en la que los directores demuestran si han entendido la obra o no. Con Znaider llegó tenuemente, casi desapercibida, pero con gran elegancia y un feliz y desenfadado entusiasmo, a través de un progresivo y fino crescendo. Era como decimos difícil pero, aunque fue una lectura muy peculiar y libre, sin duda fue el mejor fragmento de la interpretación. La sección que sigue se realizó con ritmos firmes, mezclados con rubatos de nuevo muy libres, pero creadores de un gran drama (¡qué sensacionalmente oscuros sonaron algunos acordes!). El arrebato que supone todo este movimiento, en especial su reexposición/scherzo duró hasta una coda palpitante, casi llena de ansiedad, y delirio, llegando incluso a provocar algún aplauso tras la doble barra, como si todo el movimiento hubiera concentrado toda una sinfonía (resulta muy curioso este hecho si pensamos que durante el proceso de revisión de la obra el autor pensó en dejar ese movimiento como único).
El segundo tiempo también traslució animado (aunque con un tempo algo rápido), y muy contrastante, de nuevo con la cuerda como protagonista, y un buen uso del pizzicato, dando cuenta de las singulares, mágicas en ocasiones, sonoridades de la orquesta sibeliana a pesar de su aparente sencillez. La interpretación tuvo sus buenos recursos dramáticos, que el director aprovechó al máximo, comunicando toda una aventura bajo las en apariencia sencillas variaciones. Todo bajo una dirección algo rapsódica, hay que decirlo, pero haciendo así que la composición fluyera plenamente. A destacar también algunos sonidos delicados de los oboes, así como de los timbales, que a lo largo de la sinfonía se mostraron muy destacados por su efectividad sin que sobresalieran dinámicamente más allá de lo indicado en los pentagramas.
Vista de la sala sinfónica del Auditorio Miguel Delibes
El tercer tiempo de nuevo tomó el entusiasmo del final del primero, pero quizás aquí hubo mayores lagunas en su devenir. La cuerda tuvo grandes prestaciones desde el podio, pero a algunos de los instrumentistas la rapidez de ciertos pasajes y los divisi se les hicieron algo peliagudos. El tema "de los cisnes" se antojó majestuoso e inmenso, y de seguro que emocionó a la sala. El ímpetu quizá fue excesivo en el "colapso" correspondiente (como en la Cuarta aquí situado antes del final) y sonó con certeza algo confuso, pero al llegar los últimos compases y sus redentoras consonancias el drama se convirtió en una benévola promesa de paz. Los secos acordes finales fueron tomados por Znaider con espíritu masivo, cortantes e hirientes, auténticos martillos, redondeando con gran fuerza una muy buena interpretación.
El aplauso fue grande y agradecido, y el que les escribió quedó muy satisfecho de haber disfrutado de esta oportunidad, máximo como digo por no haberla esperado en demasía. Ojalá los responsables tomen nota tanto de director como de obra. Y es que la Quinta, a pesar de ser una obra netamente sibeliana - aunque su optimismo y grandiosidad no sean tan habituales en el compositor - conquista y entusiasma fácilmente al público que no se haya perdido en desfasados perjuicios y desinformaciones, y sobre todo con una buena dirección.
En cuanto al Richard Strauss - he de decir que obra y autor se encuentran entre mis favoritos también, por que el programa fue un verdadero placer - quizá, dicho objetivamente, el desafío era bastante mayor, pero Znaider supo salir más que airoso. Aunque hubo varios desajustes, la visión del director fue firme y llena de fuerza, con un especial énfasis en los momentos más frenéticos de la partitura, destacando especialmente alguno de los pasajes más repletos de cromatismos. La fuga (la sección "De la ciencia") sonó algo desordenada, pero a cambio los numerosos pasajes protagonizados por los muchos divisi de la cuerda y sus diversos conjuntos se mostraron excelentes, casi mágicos. El concertino, Juraj Cizmarovic, con una particella tan brillante como difícil, lo hizo francamente bien, y el vals de "La canción del baile" sonó lleno de placeres dionisiacos.
El aplauso de nuevo fue grande y prolongado, bien agradecido pero por desgracia no correspondido con algún bis - aunque hay que reconocer que quizá no añadía nada a la sensación dejada -.
Las notas del programa respecto a Sibelius fueron correctas respecto a la visión de la obra, si bien mostrándose completamente asépticas de toda referencia concreta sobre la composición de la obra y su contextualización en la vida o el momento estilístico del autor. Es decir, buenos conocimientos musicales pero ningún conocimiento sobre Sibelius. Si lo comparamos con las notas sobre Strauss, mucho más atinadas como es habitual, no podemos sino lamentar cuán desconocido sigue siendo Jean Sibelius en nuestro país, ¡aun cuando lleguen a tocarse sus grandes obras!
Les dejo también el enlace a una entrevista concedida al diario local El Norte de Castilla con el director, donde apunta algunas reflexiones sobre las partituras interpretadas.
Una gran ocasión pues. Ojalá se repita más veces en nuestra ciudad.
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