Tras la Sonatina para violín y piano de 1915 hay una de esas obras modestas, bellas sin pretensiones a priori, pero que lleva consigo una serie de conexiones que la convierte en una obra a destacar de entre la literatura del género e incluso de entre todo el catálogo compositivo de Jean Sibelius.
La Sonatina en Mi Mayor se enmarca en principio dentro de un grupo de obras para violín acompañado por piano que, junto a diversas piezas para el teclado solo, compuso los años de la Primera Guerra Mundial. Aunque Finlandia no vivió en primera línea el conflicto, hubo carestía en el país por el bloqueo del Báltico, aunque mucho más directamente a Sibelius le afectaría otro tipo de bloqueo: el editorial, ya que la mayor parte de sus partituras estaban publicadas en Alemania, país enemigo del Imperio Ruso, al que de hecho pertenecía entonces Finlandia. Encomendar obras menores, pero de fácil venta y éxito a editores locales (o al danés Hansen, que publicará la obra de referida aquí) le permitía los ingresos necesarios para vivir en aquellos años oscuros.
No obstante, este opus 80, aunque acompañado en el impulso de esas obras brillantes y ligeras, nace sin duda de un ánimo superior, mucho más íntimo y emocional. La vuelta al género del violín tras muchos años de ausencia le debieron suponer un verdadero "flashback" vital: “soñé que tenía doce años y era un virtuoso. El cielo de mi niñez está lleno de estrellas — ¡tantas estrellas!”, escribía en su diario (14 de febrero) cuando componía el primer movimiento de la Sonatina.
La obra se concibió a finales del año 1914, tras la pieza que inaugura el retorno al violín (Cantique opus 77 nº1, también de interés artístico). El día de Navidad anota: “planeada una «Sonata I para violín y piano»”, a la que da en ese punto el número de opus 78. Número de catálogo que finalmente llevarán cuatro piezas diferentes, aunque para la misma plantilla. Precisamente será la célebre Romanza opus 78 nº2 la que terminará a continuación en esas semanas, como también un coro a capella ("På berget" opus 84 nº2), antes de finalizar la Sonatina el 12 de marzo de 1915.
El título definitivo fue de "sonatina", debido más a su corta duración (unos 13 minutos) que a su contenido. De hecho este término nos retrotrae a las tres Sonatinas para piano opus 67, una trilogía que también a pesar de su poco ambicioso formato constituye un magistral microcosmos, casi unas breves "sinfonías" sibelianas transportadas al universo de las teclas, con toques bachianos y místicos. Es obvio que aquel plan de "Sonata I" profetizaba la llegada de otras compañeras, y viendo el ejemplo del opus 67 muy posiblemente fueran también tres las imaginadas. Pero finalmente esta obra será la única, quizá simplemente por el torrente de piezas breves, esta vez sí, más ligeras, que compondría durante ese y los siguientes años.
No poseemos más información sobre la composición, por lo que la composición, aunque se dilatara unas semanas, no debió ser problemática. Existe no obstante un fragmento en Mi Mayor (HUL 1753, al que Folke Gräsbeck llama "Andante sostenuto") que probablemente sea un boceto para la obra, dada la similitud de estilo (y la misma tonalidad), en especial con la introducción, aunque no existe confirmación documentada de tal posibilidad.
Como decíamos la Sonatina nace en Sibelius bajo ese espíritu nostálgico y de añoranza por sus sueños juveniles de virtuoso en el año que cumplirá cinco décadas de existencia. En los días de su composición además se está operando un cambio en su propio tono vital, dejando finalmente atrás los años ascéticos que siguieron a su operación del tumor encontrado en su garganta, y que estilísticamente había tenido una estética muy particular, oscura, contenida, inmaterial...
Esta obra puede considerarse ciertamente la primera con la que inauguraría un nuevo periodo estilístico, que hemos llamado de "serenidad sinfónica", de abstracción y equilibrio máximo, y de un espíritu mucho más positivo. Algo de este tono más relajado y optimista habíamos encontrado en algunos grandes trabajos inmediatamente anteriores, como el magistral poema sinfónico Las oceánidas opus 73 (escrito el año anterior para EE.UU.), y acaso esta misma partitura aún tiene algo de sonoridades austeras del periodo precedente, pero sin embargo su frescura, perfección clásica y sobre tono su ánimo positivo permiten situarla en una nueva era.
Justamente en ese momento se produce el retorno a los perniciosos vicios del alcohol y tabaco, abandonados tras el hallazgo del tejido canceroso en su garganta. Como ya revisamos en su momento, es difícil determinar qué fue antes, la vuelta de sus viejos hábitos o su cambio de humor, pero en cualquier caso el "retorno" del "joven" Sibelius de 50 años dio como resultado esta joya de su producción.
Los gigantes que definen esta fase creativa son sin duda posible las tres últimas sinfonías del autor, magistrales frescos orquestales. Pero la Sonatina, lejos de lo que podría creerse en principio, crece bajo el ala de la génesis de las propias sinfonías. Ya en el último trimestre de 1914 ha empezado a esbozar motivos para lo que será la Quinta sinfonía, terminada a finales del siguiente año. Pero en realidad está pensado simultáneamente en dos sinfonías, y de hecho los esbozos para la Quinta se entremezclan con motivos para la Sexta, hasta el punto que alguno de los temas concebido para una acabarán finalmente en la otra (también trabajará en la revisión de la Quinta mientras avanza temas para Sexta y la Séptima).
Dentro de ese torrente de bocetos, nuestro músico concibe una melodía de ritmos dactílicos en Re Mayor como tema para el final de su Sexta sinfonía, partitura que aún tendría que esperar varios años (exactamente hasta 1923) para completarse. Ese tema no se usará en la sinfonía, sino que pasará a ser el homólogo en la Sonatina. Ciertamente existen algunos otros paralelos espirituales y aun musicales entre la obra de cámara y la orquestal, lo que es de resaltar no solo por la distancia de 8 años entre ambas, sino porque la Quinta sinfonía viene mucho antes que la mágica Sexta.
La conexión se refuerza cuando, tras acabar la Sonatina, Sibelius da vueltas a la idea de componer un segundo Concierto para violín y orquesta, un Concerto lirico, y parece ser que pretendía utilizar los esbozos de la Sexta, ya que pone sobre ellos el título del nuevo y nunca compuesto Concierto. Ese violín de juventud sigue evocando el medio virtuoso... El compositor desgajará esos proyectos una serie Humoresques orquestales con violín solista - algunos de cuyos pasajes se adivinan aquí -, y finalmente usará los bocetos en la sinfonía. Aun así, esta la pieza de cámara no deja de tener tenues resonancias de su propio Concierto de violín, de nuevo como una evocación de otro tiempo.
La Sonatina según nos documenta su autor sonó con éxito ya al año siguiente en Estocolmo, aunque lo cierto que no conocemos datos concretos sobre las primeras ejecuciones públicas de la pieza, sin duda más reservada a ambientes íntimos y a recitales de cámara.
En todo caso, una pequeña obra maestras, de la que destacaremos sus grandes virtudes musicales en el próximo post.
_________
Próximos capítulos:
2. Análisis
3. Discografía
La Sonatina en Mi Mayor se enmarca en principio dentro de un grupo de obras para violín acompañado por piano que, junto a diversas piezas para el teclado solo, compuso los años de la Primera Guerra Mundial. Aunque Finlandia no vivió en primera línea el conflicto, hubo carestía en el país por el bloqueo del Báltico, aunque mucho más directamente a Sibelius le afectaría otro tipo de bloqueo: el editorial, ya que la mayor parte de sus partituras estaban publicadas en Alemania, país enemigo del Imperio Ruso, al que de hecho pertenecía entonces Finlandia. Encomendar obras menores, pero de fácil venta y éxito a editores locales (o al danés Hansen, que publicará la obra de referida aquí) le permitía los ingresos necesarios para vivir en aquellos años oscuros.
No obstante, este opus 80, aunque acompañado en el impulso de esas obras brillantes y ligeras, nace sin duda de un ánimo superior, mucho más íntimo y emocional. La vuelta al género del violín tras muchos años de ausencia le debieron suponer un verdadero "flashback" vital: “soñé que tenía doce años y era un virtuoso. El cielo de mi niñez está lleno de estrellas — ¡tantas estrellas!”, escribía en su diario (14 de febrero) cuando componía el primer movimiento de la Sonatina.
La obra se concibió a finales del año 1914, tras la pieza que inaugura el retorno al violín (Cantique opus 77 nº1, también de interés artístico). El día de Navidad anota: “planeada una «Sonata I para violín y piano»”, a la que da en ese punto el número de opus 78. Número de catálogo que finalmente llevarán cuatro piezas diferentes, aunque para la misma plantilla. Precisamente será la célebre Romanza opus 78 nº2 la que terminará a continuación en esas semanas, como también un coro a capella ("På berget" opus 84 nº2), antes de finalizar la Sonatina el 12 de marzo de 1915.
El título definitivo fue de "sonatina", debido más a su corta duración (unos 13 minutos) que a su contenido. De hecho este término nos retrotrae a las tres Sonatinas para piano opus 67, una trilogía que también a pesar de su poco ambicioso formato constituye un magistral microcosmos, casi unas breves "sinfonías" sibelianas transportadas al universo de las teclas, con toques bachianos y místicos. Es obvio que aquel plan de "Sonata I" profetizaba la llegada de otras compañeras, y viendo el ejemplo del opus 67 muy posiblemente fueran también tres las imaginadas. Pero finalmente esta obra será la única, quizá simplemente por el torrente de piezas breves, esta vez sí, más ligeras, que compondría durante ese y los siguientes años.
No poseemos más información sobre la composición, por lo que la composición, aunque se dilatara unas semanas, no debió ser problemática. Existe no obstante un fragmento en Mi Mayor (HUL 1753, al que Folke Gräsbeck llama "Andante sostenuto") que probablemente sea un boceto para la obra, dada la similitud de estilo (y la misma tonalidad), en especial con la introducción, aunque no existe confirmación documentada de tal posibilidad.
Como decíamos la Sonatina nace en Sibelius bajo ese espíritu nostálgico y de añoranza por sus sueños juveniles de virtuoso en el año que cumplirá cinco décadas de existencia. En los días de su composición además se está operando un cambio en su propio tono vital, dejando finalmente atrás los años ascéticos que siguieron a su operación del tumor encontrado en su garganta, y que estilísticamente había tenido una estética muy particular, oscura, contenida, inmaterial...
Sibelius en su despacho de Ainola, fotografía de 1915
Esta obra puede considerarse ciertamente la primera con la que inauguraría un nuevo periodo estilístico, que hemos llamado de "serenidad sinfónica", de abstracción y equilibrio máximo, y de un espíritu mucho más positivo. Algo de este tono más relajado y optimista habíamos encontrado en algunos grandes trabajos inmediatamente anteriores, como el magistral poema sinfónico Las oceánidas opus 73 (escrito el año anterior para EE.UU.), y acaso esta misma partitura aún tiene algo de sonoridades austeras del periodo precedente, pero sin embargo su frescura, perfección clásica y sobre tono su ánimo positivo permiten situarla en una nueva era.
Justamente en ese momento se produce el retorno a los perniciosos vicios del alcohol y tabaco, abandonados tras el hallazgo del tejido canceroso en su garganta. Como ya revisamos en su momento, es difícil determinar qué fue antes, la vuelta de sus viejos hábitos o su cambio de humor, pero en cualquier caso el "retorno" del "joven" Sibelius de 50 años dio como resultado esta joya de su producción.
Los gigantes que definen esta fase creativa son sin duda posible las tres últimas sinfonías del autor, magistrales frescos orquestales. Pero la Sonatina, lejos de lo que podría creerse en principio, crece bajo el ala de la génesis de las propias sinfonías. Ya en el último trimestre de 1914 ha empezado a esbozar motivos para lo que será la Quinta sinfonía, terminada a finales del siguiente año. Pero en realidad está pensado simultáneamente en dos sinfonías, y de hecho los esbozos para la Quinta se entremezclan con motivos para la Sexta, hasta el punto que alguno de los temas concebido para una acabarán finalmente en la otra (también trabajará en la revisión de la Quinta mientras avanza temas para Sexta y la Séptima).
Dentro de ese torrente de bocetos, nuestro músico concibe una melodía de ritmos dactílicos en Re Mayor como tema para el final de su Sexta sinfonía, partitura que aún tendría que esperar varios años (exactamente hasta 1923) para completarse. Ese tema no se usará en la sinfonía, sino que pasará a ser el homólogo en la Sonatina. Ciertamente existen algunos otros paralelos espirituales y aun musicales entre la obra de cámara y la orquestal, lo que es de resaltar no solo por la distancia de 8 años entre ambas, sino porque la Quinta sinfonía viene mucho antes que la mágica Sexta.
La conexión se refuerza cuando, tras acabar la Sonatina, Sibelius da vueltas a la idea de componer un segundo Concierto para violín y orquesta, un Concerto lirico, y parece ser que pretendía utilizar los esbozos de la Sexta, ya que pone sobre ellos el título del nuevo y nunca compuesto Concierto. Ese violín de juventud sigue evocando el medio virtuoso... El compositor desgajará esos proyectos una serie Humoresques orquestales con violín solista - algunos de cuyos pasajes se adivinan aquí -, y finalmente usará los bocetos en la sinfonía. Aun así, esta la pieza de cámara no deja de tener tenues resonancias de su propio Concierto de violín, de nuevo como una evocación de otro tiempo.
La Sonatina según nos documenta su autor sonó con éxito ya al año siguiente en Estocolmo, aunque lo cierto que no conocemos datos concretos sobre las primeras ejecuciones públicas de la pieza, sin duda más reservada a ambientes íntimos y a recitales de cámara.
En todo caso, una pequeña obra maestras, de la que destacaremos sus grandes virtudes musicales en el próximo post.
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Próximos capítulos:
2. Análisis
3. Discografía
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