miércoles, 29 de agosto de 2012

Biografía (25): la Tercera Sinfonía y el encuentro con Mahler (1907)


_____________________

A comienzos de 1907 encontramos a nuestro músico trabajando activamente en varios proyectos. Realiza la suite de "El festín del Belshazzar" opus 51, sobre la música escénica estrenada semanas antes, condensándola en cuatro números instrumentales. También realiza trascripciones para piano de piezas anteriores, como la Danza-Intermezzo opus 45 nº2 (a partir de obrita orquestal de 1904) o de Pan y Eco opus 53 del año anterior.

Pero la gran obra que le centra toda su atención será su Tercera Sinfonía. La había comenzado tres años atrás, aunque había trabajado muy intermitentemente en ella, pensando incluso en fusionar este proyecto con el de La hija de Pohjola. Pero una vez estrenado el poema sinfónico, el compositor se concentra en esta obra, que supondrá un importante giro en su estilo musical.

Tan confiado estaba en su próxima terminación que promete su estreno para aquella primavera a la Real Sociedad Filarmónica de Londres: "será extraño estar en el mismo pódium donde todos, desde Haydn a Chaikovsky han dirigido su propia música". Pero el trabajo, como suele suceder en nuestro autor, no va tan rápido como si quisiera. La composición le resulta especialmente dura , no tanto por la obra en sí (en su etapa final una de las menos problemáticas de las sinfonías de Sibelius), sino por las distracciones. Aino está enferma, y debe pasar un tiempo en el hospital en la capital y, mientras, Jean no puede sustraerse de los restaurantes de Helsinki: "este emborracharse - en sí mismo una placentera ocupación - ha ido demasiado lejos... Tengo más ideas que nunca. También capacidad para trabajar. Y el deseo de lograr mi obra. Pero tiempo... ¡tiempo!", escribe a su amigo Mikko Slöör.

A pesar de las trabas, el trabajo progresa bien, y en agosto el genio nórdico puede llevar a su esposa a un pequeño viaje a Berlín - quizá para cerrar tratos con su editor Lienau -, donde además de conciertos y museos, puede acudir a la partitura, hasta prácticamente acabar el último movimiento. Sin embargo aun en el último ensayo faltan algunas páginas del Finale.

 El estreno se celebrará en Helsinki el 25 de septiembre, compartiendo programa con La hija de Pohjola y la suite de El festín de Belshazzar.

Las reacciones ante una obra tan novedosa son muy variadas. "La Tercera Sinfonía fue una decepción para la audiencia porque todos esperaban que fuera como la Segunda". reconocerá años más tarde el compositor. Quizá sólo el crítico Flodin, adverso en otras ocasiones, entrevió la calidad y el significado del trabajo: "Sibelius es un maestro clásico. Nunca había caído tanto en la cuenta de que Jean Sibelius pertenece a los cinco continentes como cuando tuve la buena fortuna de conocer su Tercera Sinfonía. [....] La nueva obra sacia todos los requerimientos de una sinfonía moderna, pero al mismo tiempo es, a un nivel más profundo, revolucionaria, nueva y verdaderamente sibeliana". El compositor dedicaría la partitura a su amigo Granville Bantock, uno de los grandes paladines británicos de sus partituras.

El compositor inglés Granville Bantock (1868-1946)

A finales del siguiente mes, el genial compositor y director de orquesta Gustav Mahler (1860-1911) realiza una breve visita a Helsinki, donde dirigirá un programa Beethoven-Wagner, y los músicos locales no perderán ocasión para encontrarse con el gigante de la sinfonía. Mahler acudirá a un concierto dirigido por Kajanus, alabando a los músicos y al director, al que encuentra "simpático, serio y no pretencioso".

"En el concierto también pude escuchar algunas piezas de Sibelius [las primeras notas del autor que escuchaba], el compositor nacional finlandés, en torno al cual hay mucho alboroto, no sólo aquí sino también en otras partes del mundo musical. Una de las piezas era sólo ordinario 'kitsch', especiado con ciertos toques orquestales 'nórdicos' como si tratatara de una salsa nacional".



"Mahler en Helsinki", pintado por Gallén-Kallela durante su visita a Finlandia

Desgraciadamente la Canción de primavera opus 16 y el Valse triste no eran la mejor carta de presentación de la profundidad del músico. Mahler, siempre ávido de autores y músicas nuevas, se ofreció a nuestro compositor a dirigir sus obras, pero el finlandés lo rechazó, posiblemente porque pensó en que el ofrecimiento era cortesía (y la tímida negativa también habría ido por el mismo sentido). El genial sinfonista judeo-austriaco permaneció ignorante de las obras maestras del genio finlandés hasta el último año de su vida (1911), cuando planeó dirigir el Concierto para violín. No obstante su precario estado de salud (meses antes de su muerte) hizo que cancelara la actuación.

Si el encuentro entre dos de los grandes sinfonistas del paso de siglo no dio resultados prácticos, sí dio lugar en cambio a una impactante conversación entre ambos, que ha dado pie a una de las ideas estéticas más citadas por los mahlerianos. Años más tarde así la recordaba Sibelius: “cuando nuestra conversación giró sobre la sinfonía, dije que admiraba su estilo y severidad de la forma, y la profunda lógica que creaba una conexión interna entre todos los motivos. Esta era mi experiencia en el curso de mi creación. La opinión de Mahler era justo la contraria. '¡No!', dijo, 'la sinfonía debe ser como el mundo. Debe abarcarlo todo'”. El músico centroeuropeo acaba de terminar su gigantesca Octava Sinfonía, la llamada "de los mil", mientras que el nórdico emprendía el camino de la sobriedad y el refinamiento absoluto con la modesta en cuanto a medios Tercera Sinfonía.

[En un post más extenso desarrollamos esta interesantísima conversación.]

Unos días tras esta inédita experiencia, Sibelius dirigió su música en Turku, y poco después estrenó su sinfonía en San Petersburgo, invitado por Siloti y con la compañía de Aino. Aunque el compositor advertía de la poca calidad de los vientos de la orquesta y que las particellas contenían muchos errores, parecía entusiasmado por trabajar con la orquesta. Pero de nuevo la obra fue acogida con cierta frialdad. Entre los asistentes, un joven Sergey Prokofiev, que al día siguiente comentó con su maestro Rimsky-Korsakov algunos detalles de la brillante orquestación (aunque el viejo maestro permaneció más bien escéptico). La crítica se mostró igualmente dividida.

Mientras los Sibelius estaban en Rusia, la hipocondría de su amigo Carpelan llegaba al extremo de escribir su "último adiós" a Aino, convencido de que su muerte estaba próxima. No era así. En cambio la realidad era otra para el propio Jean, que comunicaba por entonces a su mujer una molesta ronquera en la voz, inconsciente del drama que se iba a desencadenar muy pronto...

Poco después realizó un segundo viaje al corazón del Imperio, esta vez a Moscú y sin la sinfonía. Se planeó incluir el Concierto en el programa, pero el joven solista La hija de Pohjola y otras piezas breves encontraron una buena acogida en la vieja capital de los Romanov, mientras que la sinfonía de nuevo tuvo una acogida desigual. "Moscú es un lugar extraordinario e interesante. Tiene una atmósfera extraña, donde las experiencias de uno rara vez las vive en otro lugar."

Aparte de la Tercera Sinfonía sólo otro trabajo original puede datarse en ese año de 1907, la canción "Hundra vägar" ("Cien caminos") opus 72 nº6, lo que tal vez esté relacionado con la enfermedad que se descubriría en los siguientes meses. Pero eso lo contaremos en la próxima ocasión.
_____________________